"Pon la mano en mi boca". Me sobrecogió aquel tono que ordenaba sin apenas hacerse notar. Fui torpe al aproximar mi palma a sus labios, pero ella no dudó. Entreabrió la boca, sentí la leve presión de un círculo húmedo, aspiró el aire que atravesaba los resquicios de mis dedos. "Este olor a espliego", dijo rozando tímidamente mi piel. "Cuando era niña y paseaba por el campo iba tocando cada planta. Frotaba y olía el tomillo, el romero, la salvia, la hierbabuena, el espliego...Me decía entonces: ¿con cuál de esos olores me quedo? Son tan ricos que me quedaré con todos".
Tenía cogida mi mano y la contemplaba como si fuera un paisaje. La olía y la miraba alternativamente, como si en la fragancia que despedían las arrugas se mostraran ante ella los campos de su niñez. "Una vez toqué una ortiga y cogí miedo. Mi padre sopló sobre mis dedos, los humedeció con su saliva y sentenció: la ortiga existe para que distingamos el dolor del placer. ¿Algo así como entender lo que es el mal y lo que es el bien?, le contesté. Algo así, dijo él suspirando. Ahora amo las ortigas porque por ellas empecé a saber lo que es el riesgo y también los límites".
Tenía cogida mi mano y la contemplaba como si fuera un paisaje. La olía y la miraba alternativamente, como si en la fragancia que despedían las arrugas se mostraran ante ella los campos de su niñez. "Una vez toqué una ortiga y cogí miedo. Mi padre sopló sobre mis dedos, los humedeció con su saliva y sentenció: la ortiga existe para que distingamos el dolor del placer. ¿Algo así como entender lo que es el mal y lo que es el bien?, le contesté. Algo así, dijo él suspirando. Ahora amo las ortigas porque por ellas empecé a saber lo que es el riesgo y también los límites".
Sense el dolor, sense la foscor no ens adonariem de la llum del dia.
ResponderEliminarYo, de pequeña, me lastimé muchas veces con ortigas. Sin embargo, no aprendo...
ResponderEliminarSí, mas el placer por el dolor también es posible para algunos. Me gustan mucho tus relatos. Por aquí me pasaré con gusto. Espero que tú también estés a gusto en mi casa.
ResponderEliminarUn saludo.
De una y otro están aromados los caminos. Complementa uno la existencia del otro. Perdería cada cual su significado sin la confrontación con el otro.
ResponderEliminarSaludos.
Buenísimo! Y sí, hay que saber lo que es sufrir para valorar la felicidad.
ResponderEliminarMe gustó mucho el texto, saludos
Helena, cierto. Pero vaya precio, ¿verdad?
ResponderEliminarFrancesca: prueba a pasar entre ellas a pantorrilla limpia, pero sin respirar. Contén la respiración. Prueba.
ResponderEliminarPor supuesto, Salamandrágora, ese tránsito en las dos direcciones viene bien.
ResponderEliminarO los complementarios, o los opuestos, o los que se desalojan...siempre los dos lados de la cara de la vida. Eh, Neogéminis.
ResponderEliminarEva, el poder de los opuesto, claro. Saber de lo que se carece para valorar lo que se tiene. Saber del mal en el cuerpo para entusiasmarnos con la salud y sus márgenes. Pero también el riesgo del comprobar.
ResponderEliminarExcelente. Te felicito. Un relato breve perfecto. Me encantó
ResponderEliminarMiguel, eres muy amable. Por supuesto, pasa cuando gustes y comenta sin cortarte.
ResponderEliminarTodo tiene un precio y a la vez ...ese precio es regalo, esencia, pleito, tela~raña
ResponderEliminarLo que sentimos en la niñez hace que cada vez que abrimos esa caja llamada: posibilidad para sentir implícita-que no siempre explícita -, rememoremos cada una de esas vidas que creía-mos vivir. Y lo hacíamos, y re-hacemos re- volviendo cada sentimiento.
Enhorabuena & gracias por tu luz
Excelentes blog(s)
Sólo destellos, sólo. Gracias a ti.
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