...no creía en lo que veía, y siempre sospechaba que en cada persona la vida auténtica, la más interesante, transcurría bajo el manto del misterio, como bajo el manto de la noche...

Antón Chéjov, La dama del perrito

sábado, 1 de marzo de 2014

el paciente fugado


(Fotografía de Sally Mann)


Cuando a Agustín Aguinaga le hicieron saber de su mal se quedó en blanco. Esa fue la impresión que causó al equipo médico, a su mujer y a los hijos, que fueron testigos de la aciaga noticia. Pero aquella ausencia repentina de la realidad por parte de Agustín Aguinaga no era bloqueo, ni shock, ni siquiera desconcierto. Antes de que procediera a racionalizar cuanto le habían informado su mente fue más sabia y le evitó el trago de una muestra de desesperación. Él, en aquel espacio blanco y luminoso de la consulta, sonrió levemente. El escenario no era en absoluto dramático. Los ventanales comunicaban la visión de una ciudad en pleno apogeo, una idea que siempre se asocia con la garantía del vivir. Las radiografías dibujaban un cráneo que parecía una obra de arte y que al mismo paciente le recordaba las calaveras en cristal de roca tallados bellamente por los aztecas. Las pruebas nucleares ofrecían un mapa de colores cuya belleza plástica estaba fuera de toda duda. La simpatía de la enfermera ofreciendo un café a los convocados en la consulta superaba cualquier protocolo formal. Una música relajante y medida se sumaba de manera benefactora al trago de la situación. El ambiente invitaba a una aproximación entrañable entre los reunidos y todos los elementos estaban dispuestos para proporcionar calma y evitar excitaciones siempre esperables. Los doctores adoptaban una actitud laxa y cordial. La esposa de Agustín Aguinaga permanecía expectante y lívida, pero mantenía una conversación que pretendía distendida. Los dos hijos no pudieron contener su afección y salieron de modo discreto, pero con cierta precipitación. 

El paciente permaneció reservado, sin ofrecer muestras de incomodidad ni desasosiego. Tras su aparente rigidez, Aguinaga se había abstraído del instante, del diagnóstico y hasta de la valoración del caso. Cuanto había escuchado momentos antes lo había aparcado en algún espacio secreto de su cerebro. Nadie de los presentes forzó la situación. Él dirigía su mirada a un territorio interior que preservaba de siempre y al que recurría en los momentos de confusión o de crisis circunstancial. Pensaba en aquel ámbito que protegía con fuerza dentro de sí y que a su vez le amparaba de un sufrimiento innecesario, al menos durante un cierto tiempo. Rescataba determinados momentos felices de su pasado, no los que ofrecían imágenes de movimientos y ajetreo, sino los que le aportaban el disfrute de la quietud. Se recreó especialmente en la arboleda de su infancia y se veía nuevamente contemplado absorto el curso del arroyo. Aquella actitud solitaria le proporcionaba bienestar entonces y le enajenaba ahora. Envidió aquella época en que las preocupaciones apenas existían y todo estaba pendiente de ser trazado. Enrocado en la contemplación de su paisaje íntimo y acogedor, se alejó de la conciencia. Los que le rodeaban dieron muestras de impaciencia y turbación. Con delicadeza trataron de atraer la atención del paciente. “Entonces, Agustín, ¿qué le parece que hagamos?”, oyó que le preguntaba afable pero apremiante el jefe del equipo médico. “Hay muchas probabilidades de éxito. La zona afectada está muy localizada y es fácil de aislar. La técnica es avanzada. La reposición será rápida. Los tratamientos posteriores están garantizados prácticamente al cien por cien para que eliminen cualquier posibilidad de recidiva. No tenemos la bola de cristal, pero, ah, disponemos de algo más perfecto: la capacidad de entrar en su cuerpo y corregir el mal y cualquier añadido que podamos encontrar por el camino.” La mera idea de que otras manos intervinieran sobre Agustín Aguinaga irritó sobremanera a éste. Él, que siempre había concebido unas manos para la caricia o para el arte, no podía soportar la idea de que entraran a saco en su cuerpo con todo el utillaje, como si fuera un automóvil o una lavadora. Se levantó, miró a los médicos, a los ayudantes, a su mujer. Se arrimó al amplio ventanal del edificio inteligente y dijo: “Mirad la nube de smog que va llegando. ¿Cómo vais a curar eso?” Luego se volvió a todos y sonrió con apacibilidad y bonhomía. “Dejad que lo piense”, comentó concisamente. Y se fue. 

El expediente médico donde se describía el mal de Agustín Aguinaga fue archivado provisionalmente. Nadie supo dar razón de él y nadie se presentó a pagar los gastos de las complejas y costosas pruebas a que le habían sometido. Alguien dijo que había sido visto en el valle de una región remota, en una choza a la orilla de un río. Pero las autoridades de la zona nunca dieron con él.



24 comentarios:

  1. En una ocasión, siendo muy joven, tuve que tomar una decisión parecida. No se trataba de mi cuerpo, pero sí de un cuerpo muy querido por mi, casi tan querido como el mío. Todavía, hoy, me pregunto i todo lo decidido en aquellos momentos complicados fue correcto. Solo tengo claro que no quiero el dolor y el sufrimiento para los míos, tampoco para mi y que, si puedo elegir mi marcha, lo haré aunque pese.
    Un placer, como siempre. Y un besote grande.

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    1. Un criterio muy racional y muy meditado, ya lo creo. A quien más o quien menos, ante situaciones límite o relativamente límite se le abre un abanico de posibilidades, tentaciones, opciones y difíciles decisiones, claro. Gracias por estar tan en la onda.

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    1. Ya sabes que para que te entren en el cerebro tienen que contar con tu propia admisión (reservado el derecho de admisión, solía poner en los bares...¿lo pondremos en la entrada de la mente?)

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  3. Pues no entiendo por qué le importunaba tanto que hurgaran en su cabeza. Continuamente nos entran, aún sin dejar herida.

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    1. Tienes mucha razón. Aunque pienso que herida siempre dejan...herida interior, aunque no se vean huellas externas. Si a alguien no le han entrado en esta vida desde la infancia en el coco, que lo diga y lo rubrique. A algunos nos entraron demasiado...aunque luego hay una existencia entera para desalojar basuras.

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  4. Lo que todos queremos; lo que ninguno tenemos...

    Un abrazo

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    1. Probablemente, Javier, pero construir la libertad de pensamiento es algo más práctico de lo que nos pensamos...

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  5. Una decisión demasiado difícil para tomarla una sola persona... pero demasiado personal para dar un consejo. Un dilema en que cualquier decisión es aceptable.

    Precioso texto.

    Un abrazo

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    1. No creas, hay personas absolutamente solas en su elección, sea cual sea esa elección...de momento aquí se habla de huíia, de desaparición a los ojos de los demás...Gracias por parar´, Moisés.

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  6. Hay un señor que dice que lo bueno y lo malo son extremos inexistentes que moran en los bordes de lo inefable, sostiene que lo mismo ocurre con conceptos tales como alto o bajo, ligero y pesado, izquierda y derecha y cualesquiera otros. Dice este señor que pretender vivir lo bueno evitando lo malo (ignoro si habla en términos circunstanciales, éticos, etc., seguramente no haga esas distinciones), dice en fin que pretender vivir sólo lo bueno, sería como buscar la izquierda girando siempre en esa dirección, caminando en círculos, encontrando la derecha. Yo no creo que tu personaje, para descubrir estas cosas, deba abstraerse del instante o ir a parajes remotos, creo más bien que basta con prestar atención al instante (no tratar de huir de él porque uno no se movería), y en su lugar ir a donde le apetezca (quizás a un paraje remoto). Por otro lado, aunque nos lo describas con precisión, es muy complicado saber qué ha hecho realmente este personaje y, en cualquier caso, está bien así, sea como sea. Por supuesto nos dejas con un debate interesante sobre las decisiones, la familia, la responsabilidad, la medicina... Y, como de costumbre, tienes un estilo estupendo y yo diría que académico, que da muy buenos resultados: se remueven muchas ideas en tus textos y eso es formidable.
    ¡Un abrazo! ^_^

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    1. Muy interesante tu reflexión, he tomado nota, creo que me da algunas pistas para otros "transcurrires" de textos. Los extremos son ubicaciones relativas, nos dejamos amedrentar excesivamente por ellos, sin prestar a veces suficiente atención a toda otra serie de posiciones intermedias, incluso más reales y más de nuestra experiencia vital. Pienso, por ejemplo, en el diálogo de cualquier clase de convivencia o relación, bien personal, social o política.

      Por supuesto, lo que ha hecho ese personaje de este breve no queda claro...¿siempre queda claro cada paso que damos en nuestras vidas? Todo está siempre construyéndose o deconstruyéndose dentro de nosotros, y no hay modelos claros, mucho menos de perfección, y el único modelo más aceptado es el instintivo, incluso biológico...dejarse llevar por la inercia. Dicutible y cuestionable, obviamente.

      Has tocado temas que me hacen ir más allá, gracias.

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  7. Todos tenemos derecho a decidir en momentos así, es nuestra vida la que está en juego. Me ha gustado el relato. Un abrazo.

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    1. Pero las decisiones nunca son libres del todo. Nuestras propias ideas, prejuicios o limitaciones nos impiden avanzarlas lo suficiente, sea cual sea lo que pensemos o deseemos hacer. Y el ente social y su reflejo jurídico tampoco coopera muchas veces ante opciones definitivas. Pero sí, ya voy conociendo gente que no quiere tratamiento alguno, aunque no huya ni se precipite, de momento, hacia otras soluciones más duras. Un abrazo.

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  8. Muy interesante relato, con un estilo que recuerda a los de Kafka: ese ambiente urbano, ese estilo pulido y frío, que parece que habla de una realidad irreprochable pero cruel. Aguinaga es como el señor K, pero que se rebela.

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    1. Una comparación que me ruboriza, Luis. El bueno de Franz era grande, aunque no creo que fuese el único en tener pensamientos y transcursos literarios de su guisa, aunque se ganó de buena manera que se inventara con su nombre un calificativo (kafkiano) ¿No seremos todos un poco señor K. en nuestros comportamientos cotidianos, en mayor o menor medida?

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  9. Una reflexión necesaria para cualquiera en cualquier momento de nuestras vidas, si realmente queremos ser dueños de nuestro destino.
    Muy bueno

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    1. Tal vez me he arriesgado a imaginar demasiado. La mayoría se deja llevar. Muchas gracias.

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  10. Momento delicado. Somos dueños de nuestras decisiones, aunque afecten a los demás.
    Saludos.

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    1. No estoy seguro que sepamos tomar las decisiones adecuadas o que nos pide el cuerpo. Pesa mucho el entorno y la maquinaria clínica se nos ofrece como tabla de salvación unidireccional. Saludos.

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  11. No sabemos tomar decisiones, solo nos atrevemos a tomarlas. Buen relato.

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    1. Ya sabes, las decisiones, acertada o no, fuertes o frágiles, oportunas o desventuradas, se toman...o nos las autoimponemos. Gracias por leer.

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  12. ¿Cómo encajar algo así? Es algo que nunca esperamos para nosotros. Yo como Agustín me hubiese instalado durante un tiempo en "my secret life" que diría el señor Cohen. En cuanto a la decisión... complicado, supongo que no hubiese tomado la misma por mi hiperdesarrollado instinto de supervivencia, aunque debo admitir que siento un puntito de admiración, por su valentía y por a adrenalina extra de irse de semejante modo.
    Muy bueno tu relato, he disfrutado mucho
    Un abrazo

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    1. Hay maneras diversas de instalarse en esa "my secret life"...déjalo abierto, no sabemos nunca de qué seremos capaces llegado el caso. Gracias, un abrazo, Nurocas.

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