...no creía en lo que veía, y siempre sospechaba que en cada persona la vida auténtica, la más interesante, transcurría bajo el manto del misterio, como bajo el manto de la noche...

Antón Chéjov, La dama del perrito

domingo, 7 de octubre de 2012

némesis



(Fotografía de Anders Petersen)



No podía entender que al pronunciar la última frase el espectáculo se hubiera terminado. Apenas decía aquello de “la sombra de cuantos condenasteis os perseguirá por toda la eternidad”, cuando los asistentes a la función se ponían en pie y aplaudían con fervor. Caía el telón y la gente se ausentaba, mientras los empleados de la utilería remataban la faena. Después, las despedidas o las citas. Era la hora de apagar las luces. Haciéndose el remolón en su camerino, sucedía que cada noche se resistía a abandonarlo. Hasta que el vigilante le avisaba de que iba a cerrar el teatro. Entonces echaba por encima el abrigo y, sin despedirse, antipático y huraño, tomaba la salida. Caminaba pesadamente por las calles, sin prisa, en dirección a la pensión donde se hospedaba, repitiendo párrafos de la obra que tanto adoraba. No concebía que el guión acabara en cada función ni en el libreto aprendido ni con los intérpretes habituales. Se obcecaba en su identificación con el papel hasta el extremo de pretender superarlo. Una vez en su cuarto ampliaba el argumento, inventando escenas nuevas y generando figuras. Los vecinos asistían molestos a aquella representación espontánea y en alta voz que perturbaba su descanso. La cita final le obsesionaba de tal manera que buscaba el modo de darle vuelta. No anulándola, sino desarrollándola, tratando de encontrar una orientación diferente. El tratamiento del mal, que constituía el eje central del libreto, y que aparecía no sometido a justicia alguna, y apenas condenado por una sentencia epilogal abstracta y de mensaje nada comprometido, le atormentaba. Una noche generó tal número de personajes, a cual más chillones, y sus palabras atravesaron de una manera tan agresiva y quejosa las paredes del edificio, que la patrona llamó alarmada a la policía. Después emitió un bramido que heló el corazón de los vecinos y se hizo el silencio. Cuando llegaron los agentes le encontraron paralizado y rendido. Esbozaba una agria sonrisa de satisfacción. Se había vestido de ángel y sujetaba una espada formidable con su mano derecha. Los enseres, la cama y los postigos de la ventana estaban destrozados. Respiraba lentamente y su mirada era la viva y desquiciada imagen de un orate. Solo acertaba a repetir con voz tenue y compulsiva: “No os salvaréis, yo os castigaré; no esperaréis al juicio del último día”.

10 comentarios:

  1. Si el actor hubiese sabido que todo el mal se paga en esta vida, que todo crimen acarrea consigo un castigo inmediato y perdurable, hubiese ignorado la frase del epílogo.
    Excelente, como siempre.

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    1. James, indudablemente, por eso estaba obsesionado. Pero también su obsesión era el teatro, ¿no crees?

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  2. Magnifica la entrada, estoy de acuerdo se paga todo y de inmediato en la vida..Un beso

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    1. Hum, no sé. Muchos se van de rositas, para desesperación de otros, inclusive de colectividades. Un abrazo.

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    1. ¿Te imaginas la terrible soledad, Pitt, de un actor que no desconecta de su oficio? Y má si es un actor justiciero...Gracias.

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  4. Belíssimo texto e belíssimo blog!
    Estou seguindo.
    Grande abraço e sucesso!

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    1. Obrigado, Evandro. Passe e ler tudo o que quiser.
      Abraço.

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  5. Sensacional! Sí, por una parte hay la soledad de no desconectar de su oficio, lo que es abrumador; por otra parte, la pasión es siempre necesaria en todo lo que hacemos, no? Eso es bello.

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    1. Las pasiones, como un afinamiento de las emociones, me parecen fundamentales. Pero hay que afinarlas o tal vez no dejarnos esclavizar excesivamente...aunque ¡qué fácil es decirlo y sin embargo qué difícil de asumirlo cuando el objeto de pasión nos atrapa!

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