(Fotografía de Agustín Víctor Casasola)
A raíz de la desaparición de su padre, Adelina Aguinaga Mucientes pidió explicaciones al destino. Buscando pistas sobre el paradero de su progenitor, Adelina Aguinaga Mucientes registró palmo a palmo cada una de las propiedades. El amplio despacho en la Avenida del Libertador, la finca de descanso de los veranos tórridos en el llamado Oasis Beach, la confortable vivienda familiar con azotea en pleno ensanche de la ciudad moderna. Por buscar pidió permiso, y le fue concedido con total comprensión, para registrar la sede de la Sociedad de Cazadores, de la que su padre era secretario. Igualmente accedió, a través de un amigo clérigo, eterno enamorado en secreto de ella, a las dependencias de la Cofradía del Santo Misterio, cuya actividad era escasa pero en la que Agustín Aguinaga figuraba como Cofrade Mayor. Contactó también con el patrón del yate Iskra , de eslora pequeña, compartido de mutuo acuerdo entre las familias Aguinaga y Mucientes, y cuya navegación se reducía a un gasto anual de mantenimiento considerable y a un limitado periplo por aguas de las islas cercanas a la costa peninsular. En aquella tarea de indagación Adelina perdió o, mejor dicho, ocupó semanas enteras. Obsesionada por buscar una razón al incidente más que por hallar al protagonista del mismo bajó cajas, abrió armarios, descerrajó mesas, forzó pupitres contables, ordenó vaciar habitaciones y levantar tarimas, hizo desmontar estanterías cargadas de libros y prospectar oquedades de paredes y falsos techos. Hasta que un día, en las profundidades de un trastero vulgar, cuya inspección casi le pasa desapercibida, saltó un destello. Allí, entre algunos recuerdos de infancia de Agustín y los primeros libros de su aprendizaje escolar apareció un antiguo contrato de arrendamiento. Y en él una dirección: Paseo de los Rosales 555. Cuando Adelina Aguinaga Mucientes se personó en el caprichoso número 555 halló un inmueble deteriorado, en el que había un patio interior a través del cual se comunicaban viviendas de familias modestas. Llamó en la vivienda de la patrona y preguntó, exhibiendo una fotografía de buen tamaño de su padre: “¿Conoce a este hombre?” La mujer del 555 miró la fotografía y miró a Adelina. Tardó en responder: “No estoy segura. Se parece a un hombre apuesto y enigmático que venía por aquí hace tiempo. Pero este hombre parece más joven. No sé, tal vez no sea quien parece.” Adelina Aguinaga se incomodó. “Mírela bien –dijo- es muy importante para mí. Es mi padre, está gravemente enfermo y ha desaparecido.” “Si es idéntica persona, una de dos: o el hombre que venía por aquí, y usted dice que puede ser el de la fotografía, ha envejecido o se trata de otro individuo. Me cuesta reconocerle, no puedo saber si se trata del mismo”, dijo la mujer de la finca, y añadió: “De todos modos, puedo mostrarle el cuarto donde se alojaba aquel hombre que no ha vuelto por aquí. No volvió a alquilarse jamás y no por falta de inquilinos. El hombre que venía dejó pagado el arrendamiento por muchos meses.” Adelina Aguinaga Mucientes palideció. Respondió sin fuerza que sí, que se lo mostrara. Por primera vez empezó a sospechar de una doble vida de su padre.