(Fotograma de Quills, de Philip Kaufman)
Lo había oído pero me costaba aceptarlo. Aunque ahora tampoco se ha comprobado taxativamente qué hay de veraz en el caso, la credibilidad de quienes me lo cuentan me acerca al misterio. Los vigilantes del Museo Nacional están convencidos de que hay noches en que una mujer ronda por la gran sala de las estatuas. Cada mañana alguna de aquellas figuras representando a un dios o a un héroe clásico exhibe las marcas de unos labios carmín en diversas zonas del gélido cuerpo. Los cuidadores se aseguran de que no queda ningún visitante a la hora de clausura y que todo permanece bien cerrado. No obstante, y sin que se tenga constancia de una cadencia definida de visitas clandestinas, alguien se acerca a las imágenes, las soba, las besa. En la galería hay una representación menor, pero sumamente elaborada, la del Fauno de los Propíleos, que fue hallada enterrada el siglo pasado por el helenista Dr. Hans Joachim Zweigger en el subsuelo del vestíbulo del templo de Artemisa, en Rodas. Aquel fauno, de aspecto grotesco, suele resultar el más afectado. La dirección del museo asegura que de hecho nunca se libra de la tenaz asaltante, la cual, si bien estrenaría en cada visita a un apolíneo de mármol, siempre acabaría compartiendo sus efluvios con el fauno. Las investigaciones no dan resultado. Por otra parte, en ningún caso se producen daños y menos aún desapariciones de imágenes. Lo que confunde a los responsables del centro es que parece ser que la recóndita visitante nocturna se ceba de manera especial con aquel icono lascivo, pues sobre su figura retorcida aparecen más huellas de ardor amoroso.
Las conjeturas se han disparado, y no permanecen ya en el mero ámbito de los investigadores, sino que están siendo de dominio público. De tal modo que la maldad de algunos ociosos de la pequeña ciudad, siempre presta a buscar una excusa para infligir daño, anda señalando a vecinas respetables. Si a la caída de la noche se ve por las proximidades a alguna mujer puede tener por seguro ésta que al día siguiente estará en labios de los malévolos su apelativo y su dignidad. Hay envidiosos que han difundido incluso que la misteriosa de la noche se trata de la mismísima esposa del director del museo, mujer hermosa y sencilla en extremo. Ciertos funcionarios espían secretamente a sus propias consortes, por si a través de una conversación o una salida extemporánea de casa obtienen una pista. En la vorágine de embustes que recorre las calles se dice que el pene y los cuernos del fauno han sido arrancados del propio volumen, lo cual echa más leña al fuego. Si con ello se pretende dar a entender que la persona que se infiltra en el museo no sería una simple admiradora del arte clásico, eso sí, con sus manías inocuas, sino una pervertida que no distingue entre carne y piedra la alarma puede adquirir unas dimensiones incalculables.
No debo revelar más sobre el asunto. Mi condición de comisionado especial en la investigación del caso me obliga a hacer la tarea con la mayor cautela posible. En materia de extrañas inclinaciones sexuales he visto casi de todo. Incluso había oído hablar de los vínculos medio espirituales, medio concupiscentes que algunos llevan a cabo con obras de arte. Sería además un cínico si negase que me siento fascinado por participar en la indagación de un capítulo enigmático que, no siendo nuevo en la historia de los apetitos humanos, nunca había tenido lugar entre nosotros. Aunque, quién sabe si detrás de todo no habrá más que una patraña para atraer incautos a nuestra ciudad y no precisamente con intención de contemplar museos.
Las conjeturas se han disparado, y no permanecen ya en el mero ámbito de los investigadores, sino que están siendo de dominio público. De tal modo que la maldad de algunos ociosos de la pequeña ciudad, siempre presta a buscar una excusa para infligir daño, anda señalando a vecinas respetables. Si a la caída de la noche se ve por las proximidades a alguna mujer puede tener por seguro ésta que al día siguiente estará en labios de los malévolos su apelativo y su dignidad. Hay envidiosos que han difundido incluso que la misteriosa de la noche se trata de la mismísima esposa del director del museo, mujer hermosa y sencilla en extremo. Ciertos funcionarios espían secretamente a sus propias consortes, por si a través de una conversación o una salida extemporánea de casa obtienen una pista. En la vorágine de embustes que recorre las calles se dice que el pene y los cuernos del fauno han sido arrancados del propio volumen, lo cual echa más leña al fuego. Si con ello se pretende dar a entender que la persona que se infiltra en el museo no sería una simple admiradora del arte clásico, eso sí, con sus manías inocuas, sino una pervertida que no distingue entre carne y piedra la alarma puede adquirir unas dimensiones incalculables.
No debo revelar más sobre el asunto. Mi condición de comisionado especial en la investigación del caso me obliga a hacer la tarea con la mayor cautela posible. En materia de extrañas inclinaciones sexuales he visto casi de todo. Incluso había oído hablar de los vínculos medio espirituales, medio concupiscentes que algunos llevan a cabo con obras de arte. Sería además un cínico si negase que me siento fascinado por participar en la indagación de un capítulo enigmático que, no siendo nuevo en la historia de los apetitos humanos, nunca había tenido lugar entre nosotros. Aunque, quién sabe si detrás de todo no habrá más que una patraña para atraer incautos a nuestra ciudad y no precisamente con intención de contemplar museos.