...no creía en lo que veía, y siempre sospechaba que en cada persona la vida auténtica, la más interesante, transcurría bajo el manto del misterio, como bajo el manto de la noche...

Antón Chéjov, La dama del perrito

martes, 16 de junio de 2015

descubrimiento





Nadie que no haya pasado nunca una noche en un cementerio o en un museo o simplemente en una fábrica abandonada puede intuir las sensaciones cruzadas que se perciben. No, no teman quienes odian los tópicos o los relatos rancios. No voy a hacer una relación grotesca invocando horrores o transmitiendo escalofríos. Siempre sospeché que sería un mal guionista de películas de serie B, algo que considero un despropósito. Esta va a ser la cuarta noche que me dispongo a pasar en el museo, atrincherado en el tedio, con pocas esperanzas de resolver la fantasiosa situación que me ha tenido obsesionado. Empiezo a tener la convicción de que el asunto es una ruda invención a la que hemos entrado al trapo. Todos, la dirección del museo, la policía, el alcalde, el público. ¿No será acaso lo que se persigue sino una puesta en escena gratuita que mantenga entretenida y en vilo a la ciudadanía? Algo, al fin y al cabo, inocuo, sin sangre, sin perjuicios, sin costes aparentes. Si fuera así, las investigaciones habría que dirigirlas hacia otro lado, y tendrían que llevarse a cabo fuera de las salas de las estatuas, tal vez en los despachos de alguna autoridad o en la redacción de los periódicos amarillos, pero no me contrataron para eso. He decidido, por lo tanto, salvo que esta noche obtenga una pista nueva y clarificadora, abandonar el caso y largarme lejos. El clima de la ciudad me hastía. 

Algo he sacado en limpio de mi permanencia estas noches en la más absoluta soledad entre las imágenes antiguas. El descubrimiento de éstas a través de luces mortecinas, en medio de la oscuridad más o menos total y bajo el silencio más profundo. Acostumbrados como estamos a contemplar las estatuas potenciadas por la luz, entre la algarabía de turistas y escolares, no valoramos lo que realmente ocultan. Porque ¿qué ven de día los visitantes? Simples alegorías y unas formas clasicistas que consideran excesivamente sagradas y carentes de alma. Los visitantes contemplan las imágenes valorando la perfección de las formas, o al menos eso dicen. Ven la expresión de alegría, dolor, poder o sumisión como la narración continuada del mito. Pero siempre algo ajeno a ellos mismos, sin que casi nadie se sienta afectado o simplemente rozado por lo que contienen. Todo el mundo dice valorar la imaginería clásica, pero nadie se da por aludido en sus emociones. De día, la galería es una verdadera sede de espectros cuya contemplación es vacía. Y si las estatuas no comunican, si no llegan a los vivos, miles de años después de estar talladas, ¿con qué fin han sido ejecutadas? 

Pues bien, he descubierto que sí, que su mensaje permanece vivo, pero que somos nosotros quienes no sabemos percibirlo. Ellas están cargadas de movimiento, de acción, de revelaciones. ¿Por qué nos parecen, no obstante, tan hieráticas? Yo, que ahora mismo no veo apenas nada ni escucho sino lejanas corrientes de aire golpeando las vidrieras altas de las salas, estoy teniendo la sensación de que hay otras vidas más allá de la exhibición a que se ven sometidas las imágenes. No me cabe duda de que la serpiente está desgarrando el esfuerzo del Laocoonte y su prole, que la Venus salta de alegría al mirarse en el espejo, que el niño se resiente al quitarse la espina del pie o que el efebo apolíneo se despereza para contemplarse en su propia belleza canónica. Pero ¿cómo podría yo demostrarlo? La gente no tiene imaginación y, debido a ello, pide pruebas. Pues bien, tal vez las pruebas son las que eliminan la fantasía y, por lo tanto, la capacidad del hombre para entender lo que expresan las estatuas. ¿Pasarían los escultores largas noches a oscuras con sus obras, a medida que las iban finalizando o una vez acabadas? ¿Sería ese acompañamiento en tinieblas lo que haría que al día siguiente los artífices corrigieran una expresión, reactivaran un movimiento en el cuerpo o redujeran el volumen?

La noche me está permitiendo ver lo que no muestra la luz del día. No lo inmediato ni lo que me ha traído en principio hasta aquí, sino lo inesperado. Aquello que siempre intuía en la obra de arte antiguo pero no llegaba a entender. El interior del hombre que se manifiesta discreto pero intenso en las estatuas. Que se oculta a los que desprecian el saber, a los que no se aventuran a descubrir la vida a fondo, a los que no se apasionan. Quiero creer que las noches pasadas aquí dentro me están sirviendo no solo de lecciones sobre el legado de los creadores clásicos, sino también de conocimiento de mí mismo. Porque, ¿no puedo ser una de estas imágenes apuradas por la desesperación, ahítas de belleza o atrevidas en las propuestas del instinto? Día a día me he mirado a mí mismo y he tenido la sensación de ser una estatua rígida y hueca. Sin embargo, la compañía nocturna y entrañable de estas otras me abren, me cambian, se apoderan de mí. ¿Y si cuando abandone el caso no me reconozco en el hombre que fui antes?





martes, 2 de junio de 2015

el investigador



(Fotografía de Herbert List)



Si se quiere investigar bien, lo primero es la discreción más absoluta. Después, sangre fría. Más allá, operar como imaginas que actúa un asaltante. Algunas fuerzas influyentes de esta ciudad, siempre tendentes a señalar el mal en los demás y no admitir el propio, preferirían que utilizara de modo tajante el término delincuente. Pero ni está en mi competencia definición jurídica alguna ni veo motivos para tachar a la ligera de delito una simple intromisión. ¿Acaso es un crimen pasar una noche, o varias, dentro de un museo? Es verdad que quien sea que entre aquí no se limita a quedarse quieto sin más o a contemplar las obras y experimentar la compañía del mármol. Pero tampoco causa desperfectos ni roba nada. ¿Que tiene una conducta extraña y deja leves huellas sobre algunas esculturas, marcas fáciles de limpiar por otra parte? Sin duda, pero ¿no hay belleza en esta pasión extraña? Quien se acerca a las imágenes y comparte un reflejo de su carne con ellas ¿no pretende dotar de calidez la frialdad de las estatuas? ¿No trata de que aquello que simbolizan se convierta de alguna manera en materia humana? Un Apolo, ¿no ganará hermosura al contacto de unas manos? La Afrodita, ¿no sentirá su desnudez menos huérfana si la acarician con ternura? La escena de héroes que combaten, ¿no está invitando acaso a tomar parte en el pugilato y en sus fuerzas? Y el fauno, ¿no se verá recompensado si un cuerpo humano lo rodea con arrebato? 

Quiero efectuar mi investigación en solitario. Los misterios hay que tratarlos con cautela, pues su componente confuso genera casi siempre dudas. Hay mucho tipo esotérico suelto cuyas ceremonias tienen que ver más con la muerte que con el conocimiento y el amor. También bromistas envidiosos que disfrutan trayendo en jaque la gestión de un museo modélico. Además, los medios informativos de alcance nacional ya han empezado ha interesarse y divulgan situaciones erróneas e imaginarias, guiados por el afán de llamar la atención. Me han contratado para aclararlo todo. No he dicho que no, pues la remuneración es elevada, pero sé que puedo fracasar en mi trabajo. Si fuera así me limitaré al caché y desapareceré de la ciudad. No me gusta ser objeto de mofa. Además no estoy seguro que se quiera saber la verdad, pues ésta nunca aporta los beneficios que desea la gente. ¿Acaso no está sirviendo todo este ruidoso asunto para que vecinos que nunca habían visitado el museo se acerquen en tropel? ¿O para que lleguen, ávidos de malsana curiosidad, gentes de otras provincias?  Por lo tanto lo que me propongo hacer es quedarme encerrado las noches que haga falta sin que ni la dirección ni los empleados lo sepan. He encontrado una llave que abre una puerta discreta de los almacenes. Recorreré de modo exhaustivo y prudente las salas, me detendré en ellas a observar la oscuridad y el silencio. Al fin y al cabo sigue viva en mí la atracción de juventud por el arte antiguo, lo cual me permite ser paciente y comprensivo. ¿Miedo a la soledad y a un mundo de sombras? Hace tiempo que mi mente se acostumbró a convivir con cualquier clase de espectros. No pueden ya afectarme.