(Fotografía de Anders Petersen)
Abrir los ojos fue un acto lento, apenas un gesto. No se reconoció. Ni siquiera se sentía acechado por las preguntas explícitas que otras veces se hacía y tomaban forma racional. Aquellas que al tratar de responder le despertaban del todo. Tampoco recordaba lo que había soñado, ni si se había sentido revuelto, ni percibía que arrastrase inquietud alguna. La apariencia relajada no era habitual en él, y ello le produjo extrañeza. Si había dormido intensamente, si no había huella alguna de la pesadez digestiva que tenía al acostarse, ni se notaba afectado de manera especialmente virulenta por pensar en las cuitas a la que le sometía la vida, ¿por qué no se sentía a sí mismo? Ni siquiera un cierto grado de desmesura al beber por la noche le había dejado marca. Hacía frío, pero no tuvo rechazo al pisar descalzo el suelo. Dudó antes de vestirse. Su cuerpo no acababa de enderezarse sobre el camastro y miró la silla con la ropa. Se sorprendió de los colores y de la hechura de aquel traje colocado de mala manera, propenso a las arrugas. ¿Sería suyo? Se colocó el reloj con cierta dificultad, sin acertar a encontrar en la correa el punto adecuado que le sujetara cómodamente en la muñeca. Fue ante el espejo cuando más se confundió. No entendía cómo la levedad en la que flotaba era compatible con el reflejo de su rostro. Cierto que la luz no ayudaba y de alguna manera desvirtuaba su mirada, pero no se identificó con aquel tipo distorsionado. Trató de calcular si la imagen le ponía veinte o treinta años más y desechó la idea. “Es ridículo que me ponga a computar sobre un tiempo que por fortuna aún no tengo”. Pero se escudriñó con temor los rasgos de la máscara. Se lavó a zarpazos gatunos. Los cuencos de las manos esparcieron impetuosamente el agua gélida que salía quebradiza del grifo. Fue una ablución repetida una y otra vez, mientras buscaba la imagen deseada. Las gotas le escurrían y aquel frescor le hizo sentirse despierto del todo. No hubiera querido estarlo. Las venas de las manos se le marcaban extraordinariamente, bailando sobre una carne flácida. El cuello se había convertido en una papada rugosa y consumida. La barba, absolutamente alba y diezmada, no era siquiera el eco de la tradicional, la que le hacía sentirse orgulloso como un patriarca bíblico en la seducción de la edad madura. La nariz le brillaba y los ojos, fijos y ausentes hasta la exageración, se perdían tras el estremecimiento de unos párpados acartonados y unas cejas boscosas. “No puedo ser este que me mira”, se dijo. “Además me siento más ligero que nunca, eso debe ser buena señal. Siempre hay que escuchar lo que se percibe dentro. Y si cabe, no sentir nada.” Solo dudó cuando al intentar ir más allá de aquel cuarto de pensión de tercera no acertó a encontrar la salida.
Fue un alivio cuando escuchó pasos apresurados de hombres que ascendían por la escalera del inmueble. Luego le pareció reconocer la voz de la patrona: “Suban, el pobre está en la habitación del fondo.” Y al escuchar un sollozo brusco de la mujer se sobresaltó: “No, no sé de nadie que le conociera. Debía de tener muchos años."
Fue un alivio cuando escuchó pasos apresurados de hombres que ascendían por la escalera del inmueble. Luego le pareció reconocer la voz de la patrona: “Suban, el pobre está en la habitación del fondo.” Y al escuchar un sollozo brusco de la mujer se sobresaltó: “No, no sé de nadie que le conociera. Debía de tener muchos años."
La parca muerte, no avisa en ocasiones.
ResponderEliminarDebe ser un alivio sentirse tan ligero de equipaje, especialmente cuando los años y la experiencia pesan tanto.
Un besote
En los casos que conozco de personas que se fueron nonagenarias y más, se puede decir que lo fue. Algunas me confesaron que estaban ya cansadas, textualmente he escuchado: "qué hago yo aquí". Pero esa frase no era desesperada, sino conciencia de los límites personales y de que no hay salida...salvo esa.
EliminarEs escalofriante. Inmediatamente te trasporta a una atmósfera construida por retrasos de sensaciones muy potentes.
ResponderEliminarTe felicito.
Te agradecería ponerte en contacto conmigo, tengo un blog: Batalla de papel, donde publico poesía escrita por mujeres, y de vez en cuando relatos.
mi correo: maria333ger@gmail.com
Un abrazo
La vida es un deslizarse entre episodios de sueño, de locura y de incertidumbre. Todos tenemos accesos de todos, en mayor o menor medida.
EliminarUn abrazo.
Intenso este relato posmorten. Tal vez tras la muerte sintamos todo eso y algo más,¿quién sabe?. Consuela esa levedad y ese no sentir dolor físico ni zozobra, alguna ventaja tenía que tener morirse, ¿no?
ResponderEliminarFue un placer pasar por tu blog.
Particularmente creo que la muerte es menos literaria, digamos. Pero, ya ves, los humanos alzamos fantasías hasta del final y sus circunstancias.
EliminarGracias, Jerónimo.
Encantado de leer otro de tus interesantes textos. Con un tema tratado entre el misterio y ese sobresalto ante la conocida pero siempre inesperada muerte.
ResponderEliminarMisterio y sobresalto que nos habitan con más frecuencia de la que nos pensamos. Hay que reconvertirlo en textos que nos alivien.
EliminarGracias.
Excelente. Un abrazo.
ResponderEliminarEstimula una simple expresión, y es acogida. Abrazo.
EliminarAl menos fue consciente de algo más o menos dudoso. ¿Afortunado o todo lo contrario? Bs.
ResponderEliminarA gusto del consumidor (o consumido) final...
EliminarMe gustó mucho la forma minuciosa como describiste las sensaciones del personaje y el clima tan logrado que creaste, como para leerlo casi sin respirar.
ResponderEliminarEl final me pareció excelente.
Saludos.
No es difícil identificarse con ciertos personajes que, a su vez, son reproducciones de uno mismo.
EliminarMe alegro de que te haya gustado.
Descubrir que ya no se forma parte de este mundo, es cruel. ¿Será así en realidad ese cambio?
ResponderEliminarMuy bueno, Dame.
Saludos.
¿De verdad que te parece cruel? ¿Y si lo anhelaba? ¿Si alguien percibe el mundo y la vida como sueño cuando se le acercan los últimos días? Elementos para reflexionar, disculpa, no por llevar la contra.
EliminarSiempre agradezco los matices que ponéis aquí.
Helador relato. Magnífica y heladora fotografía.
ResponderEliminarEnhorabuena dame.
Cordialísimos y naturaros saludos.
Hay fríos que no pueden llenarse jamás de calor. Gracias por entenderlo.
EliminarUn abrazo.
Es normal que se sintiera más ligero que nunca, ¡la vida pesa mucho!
ResponderEliminarEstoy totalmente de acuerdo en eso de que siempre hay que escuchar lo que se percibe dentro.
Un abrazo.
Sobre todo pesa la vida no vivida...o la que se nos va.
EliminarGracias por pasarte, Ishtar.
Me gusta mucho la fantasía que has utilizado para un momento tan dramático y desolador, también el título me ha gustado mucho. Todo el cuento es una sorpresa sobreentendida que nos toca el alma y el misterio, porque no nos es ajena la posibilidad y la certeza en esa circunstancia, en la que de alguna forma tendremos que participar. Te felicito por esta "rareza". Me ha encantado.
ResponderEliminarMira que muchas veces pienso que la muerte es la extrañeza mayor, se la espere o no, es lo raro, lo nunca sabido, porque solo se sabe al probar. Sin embargo, no adelantemos a ser posible caricias a esa extrañeza.
EliminarERes muy amable, Julie.
¿Qué tienen los espejos que hace que al ver nuestro reflejo miremos al interior? ¿Será eso que dicen de que a partir de los cuarenta somos responsables de nuestro propio rostro? ¿O será que nos brindan la oportunidad de vernos a nosotros mismos con claridad? En cualquier caso, ¿qué más da? Fue un alivio saber lo que ocurría, la realidad reflejándose a sí misma, siendo a la vez el espejo... Bufff... es hora de dormir, estoy llegando a mis locuras nocturnas, jajaja.
ResponderEliminar¡Un abrazo! ^_^
¿Y qué me dices no tanto de lo que vemos reflejado en el espejo como de la capacidad de abstracción que nos embarga cuando deberíamos estar pendientes de los detalles aparentes que nos muestran? A mí me pasa. El espejo está, pero yo estoy y no estoy. Por cierto, la frontera de las locuras nocturnas son muy didácticas, pero tienen su riesgo, como poco el del insomnio.
EliminarUn abrazo.
Dame me pareció un magnífico relato.
ResponderEliminarLa manera como nos vas llevando de la mano del personaje a conocer la realidad de su situación, me encantó!!!
Confío en que al morir la sensación sea de levedad y que no tenga ningún espejo a mano...
Un beso
Voces interiores que hay que escuchar delante del espejo del baño o del ascensor, tras una noche tortuosa...por ejemplo.
EliminarNo creo que todos los "morires" sean iguales ni por el forro, y generalizar no viene a cuento, pero es probable que haya un punto exhausto en que la desconexión conlleva levedad.
Envolvente y atrapante de principio a fin. El personaje tan bien definido que uno le ve. Felicitaciones.
ResponderEliminarTodo un placer.
Gracias por haber seguido al personaje. Seguro que un personaje análogo vuelve por aquí, te agradezco la compañía lectora.
EliminarTus letras son palabras mayores Dame, un honor tu visita y tus palabras de aliento a mi blog.
ResponderEliminarAbrazos
Lo que son mayores son las experiencias que viven los humanos. Las letras apenas rozan la intensidad del vivir. todas ellas se quedan cortas. A veces deben quedarse prudentemente cortas.
EliminarUn abrazo, bienvenida.
Saludos.
ResponderEliminarAgradecido por tu paso por aquí.
EliminarQué desconcierto amanecer en el después...
ResponderEliminarDéjame que piense en eso...
EliminarUn enorme descubrimiento tus relatos.
ResponderEliminarMe quedo por aquí con ganas de más.
Si el descubrimiento es grato me alegro. Tienes tela por aquí, sin agobios.
EliminarEso debe suceder... Pero aún no quiero descubrirlo. Por ahora la tentativa me basta...
ResponderEliminarGran relato.
Saludos.
Eh, que yo tampoco quiero saber el desenlace tal cual, prefiero imaginar. Aunque deduzco que para quien más o quien menos debe ser un acontecimiento sorprendente. A diferencia del nacimiento, donde la conciencia de tal probablemente no exista o sea sensorial sobre todo, en el final...vaya usted a saber en el final.
EliminarGracias por leer, Carlos. Saludos.
Magnifico relato. Debe de ser triste morirse en una habitación vacía, y se me ha ocurrido pensar en el drama de morir y que tu cuerpo sea tan invisible como tu espíritu, que nadie se entere o que no te encuentren. Pero bueno, tu relato no es tan sombrío, y la idea de la ligereza del alma me ha gustado mucho, le da a la muerte una cara amable.
ResponderEliminarSaludos.
Mucha gente mueres ola. Muere sola incluso acompañada. Haces unos matices interesantes, que recojo. Gracias.
EliminarPues a mí me parece que lo que llega es la vida, para zanjar de una vez por todas esa muerte que le habitaba. Da la impresión de nacimiento, de aparecer en una realidad tan nueva...
ResponderEliminarQuizá sea la mejor forma de nacer para quienes viven muert@s.
¿Por qué no? A veces se vive en una obsolescencia miserable que no trasmite calor alguno, indolente y confusa. Gracias por pasarte.
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