(Fotografía de Henry Cartier-Bresson)
El niño ciego morirá por exceso de fantasía. Eso dicen todos en la pequeña aldea. Lejos de tener miedo, como otros niños, a los peligros de la naturaleza y de los hombres, el niño ciego los desafía El desconocimiento no le cohíbe, sino que más bien le hace tomar vericuetos diferentes a los de otros niños. No sabe con precisión cuáles son los riesgos reales y cómo pueden hacerle daño, por más que sus padres le prevengan. Pero eso no parece preocuparle. Cuando se le advierte respecto a los cuidados que debe tener siempre responde: ¿es que los niños que no son ciegos ven mejor que yo? Recuerda entonces algunos ejemplos de accidentes o deslices que les han sucedido a otros a los que el mundo les entra por la vista con el mayor de sus lujos. El niño ciego se arriesga, pero en cada paso aprende a conducirse y se confirma en su valor. Por los olores distingue qué terreno de la campiña bordea. Por el grado de humedad capta si se halla próximo al torrente, e incluso si éste viene crecido. Por el rumor del tráfico distingue, como los perros, si viene algún vehículo por la carretera. Donde lo tiene más difícil es con las personas que pueden salir a su paso. No por la altura, el porte o el ímpetu del otro individuo es por lo que siente cierta inseguridad. Es por las palabras. Teme que tras unas palabras cariñosas se oculte un desprecio, que tras la aparente comprensión solo haya lástima, que más allá de la ayuda que algunos le ofrecen le espere una celada. Para combatir ese miedo, el niño ciego toma la iniciativa y apenas deja hablar a los que se le plantan delante. Donde el niño ciego manda más es en el juego. La tarde está soleada y ha reunido a los demás niños del lugar. Les propone guiarles a ciegas por el campo. Todos tienes que ir sujetos en fila india, con la mano puesta sobre el hombro del anterior, sin abrir los ojos. Les dice que quien abra los ojos quedará descalificado y deberá apartarse. El desafío del juego es tan verosímil que los niños, presas de una agitación inusual, prometen cumplir a rajatabla. Suben a duras penas por los terraplenes, se tropiezan unos con otros al descender por las laderas, chapotean por las partes del arroyo en que no cubre, se deshacen en ayes al pasar entre los matorrales de ortigas. Cuando llegan, sofocados y excitados por la aventura, al campo de tiro, el niño ciego les hace atravesar la alambrada y sentir lo puntiagudo del acero. Los niños flaquean y alguno se queja reprimiendo cualquier manifestación de cobardía que le deje en entredicho ante sus compañeros. Luego se deslizan por los pasillos de las trincheras y bajan hasta una fría casamata. Ninguno se ha soltado del otro hasta ese momento. Entonces el niño les dice que percibe que el enemigo anda cerca y que no van a poder moverse de allí. Que suelten las manos si quieren pero que no abran los ojos. La noche ha caído. Por el campo corren de aquí para allá luces de linternas y se oyen alarmados gritos. El niño ciego alienta a sus huestes. Nada de rendirse, les dice.
Un final que aunque no escape de la realidad, lo he encontrado rozando el surrealismo, me gusta. Por supuesto lo mas probvable es que la fantasia tinya a unos padres buscando a los crios. No suelo estar de acuerdo en eso que se dice de que la imaginacion de los ninyos es mas potente y vivaz que la de los adultos, suele ser bastante burda y sencilla y son los adultos que han ejercitado esa fantasia los que son capaces de alardes y complejidades dentro de ese campo. Este ninyo es no obstante muy imaginativo, aunque no es porque sea ciego (el ve con las manos, la nariz, la piel y los oidos), sino porque es el y ejercita la imaginacion.
ResponderEliminarUn abrazo! ^_^
Tal vez sea que la imaginación de los niños se revele más loca y desatada (ojo, porque hay que ver a muchos mayores cómo se las gastan) por falta de suficiente percepción de la realidad y sobre todo de lo que hay detrás de ésta. Tal vez los adultos tenemos olvidada la fantasía primaria y espontánea. Yo creo que ese niño tiene una mentalidad de mayor, incluso retorcida, aunque otros dirían que clarividente (en un ciego) Un abrazo, Jorge.
EliminarDelicioso relato, me ha encantado, me ha devuelto a esos días puros de la infancia donde imaginación, curiosidad, y ningún miedo nos corroía en cada aventura.
ResponderEliminarLa falta de un sentido tan vital como la vista desarrolla los otros, si a eso sumamos la imaginación la riqueza está servida.
No hay placer más grande siendo niños que el estresar a los padres je je je
Abrazos
Días puros, sí, cuando apenas habíamos probado las diversas estancias que nos ofrecía la casa de la vida. Días de aventura por la aventura, riesgo por el riesgo, transgresión por la transgresión. Los padres se estresarían, claro, aunque nos dejaran por imposibles, siempre que tras el riesgo no se produjera situaciones de catástrofe (yo viví en mi entorno algunas tragedias) El estrés de los niños era de una capacidad de reposición inequívoca. Volvería. Abrazos.
EliminarLa torpeza de esos niños en cuanto cierran los ojos evidencia cuanto desarrollan los otros sentidos los ciegos, tanto, que se desenvuelven con luz y sin ella.
ResponderEliminarEs un relato precioso.
Eso parece ser, Balbi. Me pregunto que ese don tan precioso de la luz cómo lo "verán" ellos. Aunque no sé, ese menino ciego es un tanto avieso, arrastrando a los otros a las tinieblas ¿para que vean más allá? Un abrazo.
Eliminar¿Que tal si lo que se conoce como realidad no es una fantasía creada ´por la ineptitud de los sentidos y la limitación del pensamiento, para conocer la verdadera realidad?
ResponderEliminarAcepto la limitación en los sentidos y el pensamiento, no me atrevería tanto a tacharlos de ineptos, si bien los comportamientos adultos denuncian a éstos como incapaces, ineptos, inhábiles y escasamente comprensivos. Pero es otro tema. Ciertamente, difícil saber cuál es la verdadera realidad, pero por si acaso no escatimemos la que se nos brinda. Saludo.
EliminarMe atrapó y eso es siempre una delicia.
ResponderEliminarGracias
Me alegra escucharlo, y si no nos compensamos con relativas y modestas delicias ¿qué sería de nosotros, Pilar? Gracias a ti.
EliminarYo tuve un compañero de juegos casi ciego, solo diferenciaba la claridad y la oscuridad (que no es poco), el caso es que, nosotros, la mayoría de las veces no éramos conscientes de su ceguera, él se sabía el pueblo de memoria, paso a paso y rincón a rincón.
ResponderEliminarY es verdad que las palabras son lo que más les pueden despistar, porque muchas veces a pesar de lo que digan leemos en las caras y en los ojos del que habla; ellos no pueden.
Ha sido una broma un tanto cruel, creo que todos deberían intentar volver a casa, sin linternas y por un rato ponerse todos en la piel del niño, ver lo que no se puede ver
Me ha traído recuerdos, muy vivo, cuentas mucho en poco espacio.
¿Ves? Siempre hay alguien que ve más, con vista física o sin ella. Aunque no puedan ver las caras, sí perciben lo sensorial y la capacidad discursiva de las palabras, es decir, si son sinceras, falsas, engoladas, etc. De momento dejemos a los niños en las trincheras, que hagan su guerra de los niños y que apuren a los familiares. Gracias por tu comentario.
EliminarEstupendo relato, que además, explora en los sentidos, invita a cruzar más allá de las narices... Me ha encantado. La fantasía, es a veces, el arma más blanca, que protege al valiente. Bien tratado el tema.
ResponderEliminarQue vaya bien.
Hay algo en la fantasía que nos afianza en el camino cotidiano, ¿no crees, Clarisa? O nos da ilusión, ganas de avanzar, seamos niños o adultos o decrépitos. Bueno, este último estado se reserva ya escasas fantasías, pero puede que todos vayamos acumulando nuestra reserva interior para cuando toque. Que vaya lo mejor posible.
EliminarUn retrato hecho con mucha sensibilidad. Yo sí creo que los niños son imaginativos, los adultos tenemos una imaginación más racional.
ResponderEliminarMuchos saludos.
Pero mira, ¿no te has pillado más de una o dos veces dejándote llevar por la sana irracionalidad de las fantasías? ¿No has tenido de mayor la sensación de que te portabas como niña, aunque fuera contigo misma, en tu interior? Lo que pasa es que los convencionalismos sociales y de estado adulto (¡oh!) nos reprimen y nos llevan "a portarnos". A mí me pasa que a veces transgredo la tontería adulta y lo curioso es que descoloco al personal, no saben por dónde tomarme. En fin, riesgos de intentar perpetuar las locuras de antaño. Abrazo.
EliminarA sus pies, Dame au chien, artista sensible. Ese niño ciego -mi abuela lo era- me ha conmovido. ¿Cómo se va a rendir un ciego? El que ha perdido la maravilla de ver las estrellas no puede bajar la vista, ni los brazos...
ResponderEliminarMaravilloso, como de costumbre. De nuevo mi admiración.
Un saludo
JM
NI mirar el imaginario de su interior, supongo. Mi admiración es siempre una actitud para con los ciegos.
ResponderEliminarSaludo y gracias, Juan.
Hermoso e inteligente, Dame.
ResponderEliminarTe agradezco el interés y que hayas entrado en el episodio. Saludos.
EliminarQué relato... No me dejó tranquila... Hasta ver en que acababa. Las personas nos atamos... A la comodidad de lo usual... Y así vamos perdiéndolo todo, hasta la vista... Esa, del corazón. Me gusta tu casa! Saludos.
ResponderEliminarLos relatos no deben dejarnos tranquilos. Son una prolongación de nuestras vivencias y carencias, ¿no crees? Gracias por pararte aquí.
EliminarCriatura valiente e inteligente. ineludiblemente aviesa. Está más vivo que los demás. La ceguera a veces ventaja, como es el caso.
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