(Fotografía de Jorge Molder)
Veo a hurtadillas a mi padre hacerse el nudo de la corbata ante el espejo. Él no me ve a mí.
Observo que sus dedos afilados y extraordinariamente huesudos no vacilan. No tiene el aplomo de antes, pero se defiende. De pronto ha dudado y se ha detenido tratando de dar con el nudo apropiado. “¿Estás ahí?”, dice. He demorado a propósito la respuesta y él, tenaz y hasta cierto punto orgulloso, se ha puesto de nuevo a intentar el nudo americano. Así lo llamaban, supongo que cosa de modas que llegaban desde otro continente del que se copiaba poco más que el estilo y la hechura de una chaqueta y un nudo de corbata. Lo de mi padre es amor propio. No solo una actitud de perseverancia, sino también su expresión favorita cuando yo era niño y no cumplía sus expectativas. “Hay que tener amor propio”, solía decirme con un tono severo. O bien esta otra variante: “Este chico no tiene amor propio”, dirigiéndose a otras personas, lo cual causaba en mí una vergüenza desalentadora. Me costaba entender el significado de aquella sentencia. ¿Se podía hablar de amor riñendo? ¿Qué extraña cosa era aquella de la que yo carecía? ¿De qué sacaba él que yo no me quería?
A veces mi padre decía también: “No tienes interés, vas a ser un desastre”. Las palabras me confundían: interés, rédito, tanto por ciento. Aquel berenjenal de palabras que sonaban y se escribían igual y sin embargo podían expresar sentidos diferentes, cuando no opuestos. Siempre me entorpeció aquel modo que tenía de enseñarme las cosas con extremado rigor. Sus conclusiones las traducía en leyes. No digo que no careciera de razón. La vida duele tanto como enseña. Y él sabía bastante de padecimientos. Al verle ahora haciéndose un lío en su intento de elaborar el nudo, me asalta un ánimo vengativo. Casi estoy a punto de soltarle: “Compóntelas tú solo, tienes suficiente amor propio para lograrlo”. Pero ni incido en ese pensamiento insano ni mucho menos le replico. Hace muecas ante su imagen y compruebo que la piel caída, flotando entre el cuello de su camisa, traduce una marca de senectud irreparable. Mantiene con dificultad el equilibrio. Incluso asoma en él un gesto de desagrado y de impotencia. “¿Estás por ahí? No me sale el nudo, mira a ver si tú puedes”, vuelve a importunar con inflexión exigente.
Todavía me golpea su carácter. Aún me produce rechazo su actitud ordenante. Miro su cuerpo flaco y cada vez más inconsistente. Contemplo una sombra que oscurece parte de su cuerpo. Intuyo una debilidad a la que no se rinde. De pronto me veo reflejado en él. Sé que acabaré haciendo el nudo de su corbata. Conviene que no se me olvide.
Hasta el árbol más fuerte y grande, cae.
ResponderEliminarA medida que "crecemos" vamos entendiendo o justificando esa dureza, ese carácter que tanto nos marcó desde pequeños y que ha forjado el nuestro. Incluso nos encontramos gran parecido con ellos, pura genética.
Siempre terminaremos haciendo el nudo de sus corbatas, dejando a un lado nuestro "amor propio".
Un besote
Con más precisión no lo podías haber expresado, se agradece esa identificación con lo que experimentamos. Un abrazo.
EliminarNuestros progenitores nos marcan ya sea de una forma u otra. Buena entrada, Dame.
ResponderEliminarSaludos.
Hasta qué extremo marcan y controlan, cada uno sabe.
EliminarNo sé hacer nudos de corbata. Tardé en aprender a atarme los zapatos. Ahora que lo pienso, no sé hacer nudos.
ResponderEliminarAlguno sabrás hacer, seguro. Hay tantas cosas que exigen atar y desatar...
EliminarCon los años vamos adquiriendo la certeza de la influencia que hemos recibido de nuestros padres, casi al mismo tiempo en que nos damos cuenta de la vulnerabilidad que los va apresando. Es bueno comprender que quizá no pudieron ni supieron hacer otra cosa respecto de nosotros, esto se explica en la larga cadena de nuestros ancestros y sus propias historias. Pero, no se por qué extraña razón, pienso que mi propia vida cobra sentido al hacerme cargo de mis circunstancias, sobreponiéndome a ellas.
ResponderEliminarY una parte de mi se mira en el espejo en el cual mi madre ya no intenta subir a una silla o a una escalera, y otra niña pequeña, también mi madre, canta una canción subida a la rama de un árbol..
Saludos cordiales.
Creo que tu experiencia es compartida. A grandes rasgos, los esquemas de la tribu se repiten de manera análoga. Nuestro sentimientos y receptividades se manifiestan por sendas parecidas. Es verdad que cuanto hicieron y como lo hicieron fue porque sus límites eran esos. Incluso su carácter, sus respuestas no siempre equilibradas y a veces obsesivas, era algo que venía dado por su tiempo, sus posibilidades y la asimilación a su vez de experiencias anteriores.
EliminarLas edades se funden de alguna manera en los recueros y la observación que hacemos desde fuera.
Conmovedor, como esa debilidad que se va apropiando de nosotros con los años. Un abrazo.
ResponderEliminarTodos nos debilitamos con los años, salvo los energúmenos (que también, aunque no quieran admitirlo)
EliminarTraspaso de poderes... e impotencias. Una ancestral ceremonia tan antigua como la humanidad.
ResponderEliminarMe ha gustado esa expresión. Aunque los traspasos de poderes conllevan ciertos ánimos no siempre comprensivos y sanos.
Eliminarel ejemplo sirve siempre y puede funcionar como palo o como zanahoria (castigo o premio).
ResponderEliminarpor ejemplo, leerte, que me hace desear escribir, pero no un blog sino ese libro que dices no haber escrito.
o el de tu personaje, que es ambas cosas, porque como él creo que hay que perseverar, no hay que rendirse aunque le rindan a uno (rendimiento, sólo el del banco, por favor) y a la vez es hombre que parece tener más dificultades en querer como debe a su hijo que en hacerse el nudo de la corbata... Y a mí me mola el windsor, que creo que viene de los reyes, porque es sudoku textil, : )
Que conste que no sé de nudos de corbata. Usé corbata en mis tiempos jóvenes y colegiales porque se llevaba, hasta los mods lo llevaban, pero creo que lo abandoné pronto. No obstante no sé qué demonios tiene el poder de ciertos aprendizajes tempranos que no los olvidamos nunca.
EliminarPero es que es verdad que no he publicado ningún libro...
Eso que dices de perseverar es muy interesante. Yo lo he vivido de cerca, incluso lo he visto en gente de edad avanzadísima. Pero no es tan sencillo perseverar y aguantar la caída de los años y el deterioro corporal. Más bien es algo muy lamentable.
Olá adorei seu blog,já estou seguindo beijinhos.
ResponderEliminarMuito obrigado, Nelma. Pasa por aquí cuando gustes. Um abraço.
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