(Fotografía de Anders Petersen)
“Los hombres amamos a las putas”, dijo el hombre con voz templada. “Sí, os amamos aunque vosotras penséis otra cosa”, insistió. La Guajira asintió calladamente. Ella estaba allí para escuchar lo que fuese. De ordinario no estaba acostumbrada a oír nada especial. Solo obscenidades torpes y jadeos atropellados. Y aguantar, a ser posible a la mayor brevedad, movimientos mecánicos de cuerpos pesados y sudorosos. Las reglas marcaban que cada una de ellas debía conceder amablemente y dejar lo más satisfecho posible al cliente. El hombre temió el silencio de La Guajira. “¿No quieres que hable?”, dijo. “Di lo que quieras; total todo va por el mismo precio”, respondió tajante la puta. Luego se arrepintió del tono empleado. En cierto modo le gustaba que apareciera por allí un hombre que hablase con ella. Si todo aquello era una ceremonia contractual, ¿por qué no hacerla más entretenida y menos rígida?, pensó. Cambió el punto. “¿Por qué nos amáis?”, dijo a lo tonto pretendiendo tender un puente a la conversación. Pero no le dejó hablar. “Me cuesta creerlo. La mayoría de los que vienen por aquí solo muestran exigencias y que seamos para ellos una máquina de fantasías. Tú no tienes ni idea de a qué vienen por aquí los hombres”, y volvió a darle la sensación de haber utilizado con aquel idealista un estilo brusco. Pero no podía evitarlo. Ella no estaba allí para ser amada sino para cubrir el cupo diario. “Además, no me has visto antes nunca. Anda, cumple y déjate de historias”. Pero el hombre no se movió. Se había apoyado sobre el codo en aquella cama que más bien era una masa informe y antigua. Chirriaban los muelles y el cuerpo se hundía con desagrado. De pronto recuperó la iniciativa. “¿No os dais cuenta? Los hombres vienen a vosotras necesitados. Aman en vosotras a la madre perdida, a la esposa inexistente, a la novia que no alcanzan. A lo que no poseen ya o a lo que tienen pero no son capaces de mantener. Ellos llegan cargados de amor.” La Guajira le miró perpleja y saltó. “Sí, claro, y al pisar el umbral de la casa cambian. Ahora dirás que nosotras somos las diosas que vosotros perseguís. A las que tenéis que rendir culto para a cambio ser purificados, ¿verdad?” A cada intervención de la mujer se sucedía un silencio. Y a cada silencio, el hombre se distanciaba del acto para el que había pagado. “Se te pasa el plazo”, dijo ella. “Cumple o te echarán”. El cliente se puso en pie. “¿Aún tengo tiempo?”, preguntó. Ella afirmó con un gesto. “Ven, salgamos a la terraza”, propuso el hombre. “Mira que eres raro. Como quieras”, replicó La Guajira. Salieron y era la hora del atardecer. “¿Te gusta la puesta de sol?”, preguntó el cliente a la puta. Entonces ella olvidó por un instante la casa, la habitación fea, la cama desvencijada. Borró la imagen de sí misma para la ocasión. Ignoró olores del cuarto cerrado, la presión de otros músculos que trataban de tomar posesión de su cuerpo, la humedad de la piel de los machos, la dispersión precipitada de su líquido. El hombre puso su mano en el talle de la chica. “¿Cómo algo que pasa tan veloz puede ser tan intenso?”, dijo mirando el crepúsculo. Entonces ella entendió que aquel hombre amase a las putas.
La Guajira no le volvió a ver más. Recordarlo siempre tuvo algo de lamento. Pero su presencia efímera la reconfortó.
Me gusta ese hombre y tu artículo. Un abrazo.
ResponderEliminarSe ve que es todo un idealista, mira. Un abrazo.
EliminarParece que ese idealista tuvo el poder de abstraer y convencer a esa mujer, no cabe duda de que además tenía mucha razón.
ResponderEliminarTambién convencen de lleno tus relatos, se agradece venir a leerlos.
Un abrazo
Hay idealistas que son un poco como si no fueran de este mundo. Los que buscan la magia más dentro y más allá de las durezas de lo cotidiano. Gracias por tu estima, Balbi.
EliminarUn hombre consciente de la intensidad del instante.
ResponderEliminarUn abrazo
Creo que todos somos conscientes en mayor o menor medida de lo intenso. Otra cosa es que queramos habitar la intensidad: si lo hiciéramos nos convertiríamos en otro ser, acaso. Buen día, María.
EliminarLo más efímero y fugaz puede convertirse en lo más hermoso y satisfactorio. Muchas vidas vacías, por no vivir pequeños "grandes" momentos. La felicidad suele estar en ellos precisamente.
ResponderEliminarUn besote
Tal vez se trata de la intensidad del arrebato. Nos saca de nosotros, modifica el juego de las estructuras, nos hace reencontrarnos con los otros mundos. Por eso ese hombre ama en el relato a las mujeres de ese oficio.
EliminarNo podés ser más conmovedora. La escena en la terraza, arrasa.
ResponderEliminarArrasa el atardecer y la demora de la urgencia.
EliminarEl relato es muy bueno. Para mí, sobra la frase final.
ResponderEliminarCreo que el broche está en: Recordarlo tuvo siempre algo de lamento.
Vas a decir ¡qué obsesivo este tipo con los finales! Pero es verdad. Llevás los cuentos hasta el climax y de vez en cuando te pasa eso, saturás el final, cuando ya tenías uno espléndido.
Es una visión, no te lo tomes a mal. Supongo que si lo entendés no te vas a enojar porque te diga eso, pero me frustra como lector encontrar en el final algo más de lo que yo quiero leer, como una sobreexposición de la trama, que no me deja un resquicio para que sea un final más abierto y en el que pueda participar con mi imaginación.
Igual, excelente.
No vamos a discrepar mayormente sobre la frase final, aunque siempre me obligas buenamente a darle vueltas. En esta ocasión no dudo que podría ser mejor como dices. Aunque discrepo en que haya cerrado el final más de lo debido. No obstante, ¿crees que ese elemento último destroza todo el artificio anterior? Eso me preocuparía más.
EliminarPor supuesto que no me lo tomo a mal, todo lo contrario. Es muy bueno que haya otro/s que aporten de esta manera tan directa e incisiva como vos lo hacés. Gracias por tu presencia.
Normal que no lo volviera a ver. Cambia de puta cada noche, para dejar ese lamento ciego en todas...
ResponderEliminar(Lo sé porque le he visto en los locales que frecuento)
Un abrazo
Vaya ritmo frenético y vaya presupuesto. Un abrazo.
EliminarAmar lo efímero, es fácil. No nos ata, no nos pide cuentas.
ResponderEliminarRecordar la intensidad del momento, nos ayuda para seguir amando lo efímero.
Saludos, Dame.
Tienes razón. Solo un matiz: que amar lo efímero puede tener sus riesgos, y no me refiero en el ámbito del relato, sino en general. A veces lo que parecía en principio efímero se instala de modo más intenso y prolongado.
EliminarNunca me gustaron los "puteros" pero después de conocer a éste...me encanta cómo rompes estereotipos.
ResponderEliminarDebe ser por aquello de que nada de lo humano me resulta extraño, como dice el dicho...y entre lo humano hay tanto antiestereotipo también, tanta variante...
EliminarMagnífico relato. Una preciosa descripción de la belleza de lo efímero.
ResponderEliminarBesos
Gracias, Euria. Mas obsesión en la especie humana por hacer duradero lo efímero...
EliminarUn relato con mucha fuerza. Hay gente así. Aunque es complicado que en unos minutos, ese hastío y asco rutinario de la puta desaparezca.
ResponderEliminarGracias por el microrrelato y lo que sugiere.
Saludos!
Hay gente muy diversa en este mundo, que nadie diría por las apariencias. Me alegro si captas sugerencias, uno se siente más útil.
EliminarSaludos.
Molt bon relat, àgil, profund i ben emmarcat en l'ambient.
ResponderEliminarMe gusta que hayas entrado en él, y por valorarlo.
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