(Fotografía de Fred Plaut)
Gaspar Enériz, bodeguero de toda la vida y, no obstante, ávido lector, lo dejó dicho. Que cuando lo entregaran a la tierra metieran con él en el ataúd sus libros elegidos. Para que nadie dudase ni sufriera el golpe del olvido, dejó estipulada una cláusula ante notario por la que se anticipaba al testamento propiamente dicho, condicionando de tal modo el cumplimiento de éste a su pequeño capricho. Así sus sobrinos no dejarían sin llevar a cabo su voluntad, que de última tenía muy poco puesto que se trataba de una idea que fue rumiando a lo largo de sus interminables años.
A medida que caía década tras década de su saludable vejez todavía leía más. Se había pasado gran parte de su existencia sin apenas salir del lugar y, si bien había conocido infinidad de viajeros y transeúntes que le habían aportado informaciones y conocimientos, procuraba cumplimentar su limitada experiencia succionando aquello más exquisito que hallaba en los relatos. Es cierto que no leía cualquier libro. En principio había descartado aquellas impresiones con letra dificultosa para su vista cansada y las ediciones que amarilleaban y despedían un tufo desagradable a su delicado olfato. El vino no había corrompido nunca su capacidad sensitiva de la misma manera que los años no le desviaban de su voracidad lectora. Pero en cuanto a su interés por los géneros y temas literarios, no hacía ascos a ninguno. Nadie sabía con precisión qué títulos y qué cantidad de libros había dispuesto para que le acompañasen en el viaje que suele llamarse eterno. Incluso se reía de este término, no tanto por el uso y abuso que la religión había hecho de él, como porque la angustia de la temporalidad no le recababa mayor interés. Vivía como si no fuera a morirse jamás. Leía como si nunca fuera a llegar a más anciano. Disfrutaba como si hubiera entrado en una segunda vida dentro de la única de que disponía.
Sus familiares veían por cualquier parte novelas de autores de todo idioma, géneros y estilos, lo cual les confundía. Por algún lado habrá una lista, si se muere mañana, comentaban entre ellos. O tal vez obre ya en poder del notario, se consolaban. El temor a que no supieran qué libros tendrían que enterrar con su cuerpo les ponía nerviosos. Si no sabían de qué libros se trataba no podrían cumplir el requisito. Y si no se ejecutaba tal condición peligraba la herencia. Los sobrinos menos afectuosos propusieron tener preparada una lista cualquiera; el muerto no iba a quejarse. Los más honestos -o acaso se tratase de los más supersticiosos por si no se cumplía con rigor la encomienda- pedían hacer las cosas bien.
Fue en ese momento álgido de las cuitas de sus sobrinos cuando Gaspar Enériz se levantó un día comentando alarmado que le costaba trabajo leer. No era ceguera, pero la dificultad de concentración le sobresaltó. Tres días estuvo a prueba de sí mismo, en que no mejoró y la lectura se vino abajo. Al cuarto día reunió a los sobrinos con urgencia. Los que vivían fuera de la ciudad corrieron a estar a su lado y los que habitaban en su proximidad apenas le abandonaban. Todos interpretaron con espanto que se encontraba en las últimas.
Una vez concentrados, manifiestamente tensos, en aquella biblioteca más extraordinariamente caótica, pero repleta de volúmenes, que se haya visto nunca en una casa particular, Gaspar Enériz apareció altivo y notablemente mejorado. Junto a él una muchacha joven a quien nadie conocía. “Esta mujer se llama Asia”, dijo con un tono apacible. “A partir de ahora será mi lectora particular y vivirá en esta casa. Declama con la misma entonación con que yo he leído hasta ahora y transmite las mismas sensaciones que he percibido de las narraciones fabulosas que me han subyugado”. En medio de la sorpresa general, el más pequeño de los Enériz se atrevió a preguntar: “¿Y la lista, tío? Mire que queremos cumplir su recado de la manera más eficaz y satisfactoria para su memoria”. Gaspar Enériz sonrió ante la retórica del joven. Luego ensanchó los pómulos sonrosados que ahuyentaban por su propia vivacidad cualquier desgracia inminente y dijo: “¿La lista? Ah, sí. Tendré que rehacerla. Hay algunos títulos que no tenía previstos, como muchas cosas que acontecen inesperadamente en la vida”.
Interesante relato, me gusto la construccion, un saludo.
ResponderEliminarGracias por dejar tu precisa, concisa. opinión. Un saludo, Matthy.
EliminarGaspar Enériz, o la lista viva (y mutable) de los libros muertos.
ResponderEliminarBuen texto, vive Dios (que también hará su lista para cuando muera). Salud-itos
Muy bueno, tu fino y agudo humor. Todas las listas de esta existencia nuestra son mutables y bien mutables. Como se decía en el mundo laboral: ojo no te corran la silla. Salve, Amando.
EliminarY ya se sabe que no siempre tenemos cerca lo que nos puede completar, en este caso todo lo que no sabían los sobrinos apareció y llegaba para ser cumplido por la entonación y las sensaciones de Asia.
ResponderEliminarPrecioso¡
un abrazo
Los circunspectos a veces creen saberlo todo de uno, pero la sorpresa se agazapa...Eso vale para relaciones de persona a persona, de persona a tribu, entre tribus y con los que llegan de repente. Gracias por tu ánimo, un abrazo.
EliminarMe estoy viendo Gaspar, Dama!!!
ResponderEliminarAtractiva situación la del bodeguero, sí. Envidiemos (viejo, con recursos, lector, con lectora...) Gracias, Darío!!!
Eliminar¿Qué haría si no pudiera volver a leer? Dioooos no lo permitas.
ResponderEliminarSaludos!
Para eso echa mano de quien le lee como él mismo...Si te refieres a ti (pienso también en mí), pues eso, ojala no.
EliminarAún no te he leído muchos relatos, pero creo que éste es de los que más me gustan: muy humano, un personaje cálido y sabio... Gracias. ^_^
ResponderEliminarMe apunto tu valoración. Hay personajes que apenas han viajado o salido de sus ámbitos y ven el mundo, a su manera. El papel de la lectura es axial: la pregunta sería ¿se lee lo mismo habiendo vivido mucho o habiendo llevado existencia recoleta? Gracias a ti.
EliminarEs evidente que era su penúltima voluntad...la última estaba por llegar, a cada minuto puede surgir un imprevisto (Asia) que cambie la vida y las previsiones.
ResponderEliminarFelicidades, como siempre. Un besote
Muy explícita, por ahí van los tiros. Eres generosa. Un beso.
EliminarA grandes males grandes soluciones, Enériz no parece una persona entregada, y eso le da voluntad para decidir los detalles de su vida y de su muerte, ejemplo a seguir diría yo.
ResponderEliminarSí, Ana, eso suele decirse. Aunque la expresión puede ser dual y volverse las grandes soluciones o aparentes remedios contra los males. No sé si es una cita para justificar las barbaridades en materia social, pero en el relato puede encajar.
EliminarYo me aplicaría el dicho a nivel personal, buscar soluciones cuando algo no va bien es una manera de avanzar.
ResponderEliminarEn materia social coincido contigo en que es otro tema, defender la barbarie argumentando que son malos tiempos es de canallas. Y lo vemos y leemos todos los días, se intenta justificar lo injustificable.
Aprovecho para comentar que me encanta la fotografía, así veo yo la vida, complemento, todo el mundo tiene algo que aportar, conocimiento, ingenuidad ... yo tengo una hija de 5 años que a veces me da verdaderas lecciones, je, je, no se puede subestimar a nadie y menos a un niño.
Un saludo Dama, sigo pendiente de tus relatos.
Claro, en las conductas personales hay que hilar fino. Aunque las de la tribu no vayan tanto.
EliminarHay personajes que merecerían un relato más extenso, creo que éste es uno de ellos.
ResponderEliminarUn texto muy bien armado.
Un abrazo.
HD
Gracias, Humberto. Meditaré sobre ello.
EliminarHe conocido personas sumamente interesantes que como tu lector saben vivir la vida que les toca estirandola por el lado del placer.
ResponderEliminarLee por que le gusta y sabe ver en las palabras lo que muchos viajeros no acaban de entender con los ojos.
Y me gusta su habilidad para encontrar soluciones. Y -¡como no!- de Asia tiene que venir.
La tribu quiere una lista que le explique lo que no son capaces de comprender, seguramente hubiera sido mas util a sus intereses que hubieran sabido leerle.
Bien enfocado, Guille. Las personas interesantes no parecen contar para el común, se alejan un poco de los próximos y del mundanal ruido, no contribuyen a la repetición monocorde de actos y conductas tribales. Andan en otras esfera, simplemente para sobrevivir, y para lograr en lo posible la persecución de sus placeres particulares...
EliminarGracias.
Un fetichismo el de los libros, más allá de su lectura, que hace concebir fantasías sorprendentes, como ésta de la última voluntad. No creo que sea el único caso.
ResponderEliminarMiquel
¿Un fetichismo peligroso? Vete a saber.
EliminarYo también había pensado en contratar a alguien para que me lea llegado el momento, mientras tanto disfruto tanto como Gaspar, aunque sin necesidad de ser enterrada con mis libro, más que nada, porque no poseo bienes.
ResponderEliminarSaludos.
Los libros no ocupan lugar...un huequecito se les hace en cualquier parte (toma humor negro)
EliminarGracias, Auroratris.
Hola!! muchas gracias por hacerte seguidora de mi blog, el tuyo está súper interesante!!
ResponderEliminarTambién me quedo.
Saludos.
Encantado de tu paso, Maite.
EliminarPerdonaaaa!! he dicho seguidora jajaja pensaba que era una mujer, bueno pues rectifico, gracias por hacerte seguidor.
ResponderEliminar;)
Nada que disculpar, y gracias por leer.
Eliminar¡Hola!
ResponderEliminarLa vida a veces, solo a veces, habre puertas inesperadamente sensitivas para el alma...
Salud y fuerza.
J.M. Ojeda.
¿Solo a veces? La vida las abre siempre, es mi criterio, otra cosa es que no queramos verlo o tendamos a cerrarlas...Salud, fortaleza y placer.
EliminarY nadie nombra a Asia...me encantaría que ese fuera mi trabajo: ser puente de emociones para otro.
ResponderEliminar¿Pues que te digo? lo de siempre: magnífico relato!
Un trabajo atractivo, pero no todos saben leer en voz alta...Gracias, Fedora.
EliminarCierto, yo no sé...
EliminarEs ponerse a ello...si las cuerdas vocales son nítidas mejor que mejor.
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