(Fotografía de Herbert List)
“No vayas. Puede que salgas vivo, puede que no”. La abuela sabía de qué hablaba. El nieto dudaba. Entre ambos, tan cómplices siempre, se interponía la tensión. El padre del joven quería trazar desde la autoridad y la sombra el futuro del hijo. Sin escuchar la voz del riesgo y menos la del vacío. Sonaron los clarines desde las emisoras y los periódicos de la nación. El parlamento se alzó en pleno para aplaudir la decisión épica. Entraron en acción al unísono todas las instituciones, se movilizaron los pertrechos, se difundieron los himnos, se contagió en la calle la alegría de la muerte subrepticia. El padre aleccionó a su hijo sobre el gesto que esperaba de él. Salió de casa todo limpio y uniformado. El padre no cejó en manifestar su orgullo. Puso en su bolsillo una buena propina. Apretó fuerte con la única mano, salvada a la otra guerra, el hombro de hombre. El joven sonrió con amplitud. La abuela percibió en esa sonrisa la que se congela para siempre. No lloró, no se expresó con palabras ni consejos ni abrazos. Largó su mirada encendida al hogar que siempre habita en los ojos de un hombre. El autobús oficial dejó tras de sí una nube de polvo y de incertidumbre. Luego el tiempo quedó borrado. Los intereses ocultos de la sociedad fomentaron el ruido. Aunque los compases no unieran a todos los seres por igual. El nieto nunca llegó a comparecer en la compañía asignada. Cuando un emisario de la autoridad se personó en la casa para reclamar su presencia el padre brincó avergonzado y colérico. La abuela ocultó una sonrisa sibilina entre el chisporroteo de las llamas del fogón.
Son las naciones que mandan a sus hijos a la guerra las que deberían avergonzarse....Al final, me sonreí con la abuela. Un abrazo
ResponderEliminarLas naciones son también expresión de lo que desean sus hijos, me temo. Los hijos de la Tierra deberíamos cuestionar tantas cosas...Las naciones son entes abstractos controladas por una minoría que se apropian de la vida de todos, sospecho. Abrazo.
EliminarUna encrucijada de sentimientos che, uno debe luchar por convicciones, no por cobardía.
ResponderEliminarNo estoy ni con la abuela ni con el padre, pero ante todo, NO ESTOY CON LAS NACIONES QUE SOLO LLEVAN GUERRA Y MUERTE.
Besos.-
Siempre me he preguntado si se va a a una guerra por convicciones, Walter. Aún no tengo respuesta. Pero si fuera por convicciones, ¿qué clase de convicciones son? ¿No está la Humanidad harta de guerras santas?
Eliminar¿Sería esa guerra necesaria? ¿Sería esa guerra justa? ¿Estaría la abuela en lo cierto? ¿O el padre? ¿Hay motivos que justifiquen ofrendar la vida?
ResponderEliminarSólo interrogantes. ¿Acaso ese no es el fin?, instalar la duda, hacer pensar.
Difícil clarificar los conceptos de guerras justas o necesarias. Las partes en litigio siempre barren para sus intereses. Todas las partes consideran su necesidad, su justa decisión, y las justifican. El día que decidamos que todo es una gran mentira, y que tras la apariencia de la defensa de una nación se esconde lo innoble acaso cambien un poco las cosas. No soy optimista.
EliminarSigamos pensando como bien señalas, James.
Muy buen texto, que atrapa apenas inicias la lectura. Me ha ido recordando este poema de Reinaldo Ferreira ¿lo conoces?:
ResponderEliminarRECEITA PARA FAZER UM HERÓI.
Tome-se um homem,
Feito de nada, como nós,
E em tamanho natural.
Embeba-se-lhe a carne,
Lentamente,
Duma certeza aguda, irracional,
Intensa como o ódio ou como a fome.
Depois, perto do fim,
Agite-se um pendäo
E toque-se um clarim.
Serve-se morto.
¡¡Qué sabia la abuela!!
Un abrazo.
Maria, qué poema. ¿Sirve para algo ofrecer-ofrendar un hombre muerto? El ser humano es mercancía mientras vive. Simplemente mientras trabaja lo es, mientras consume reproduce su doble faceta mercantil, y cuando se le necesita por parte de los poderes para la guerra es mercancía (carne de cañón solía decirse)
EliminarSi hubiera dependido de las abuelas no hubiera habido guerras nunca. Claro que igual no todas la abuelas son iguales. Abraço.
No puedo decir más que Vera. Y el texto, como siempre, impecable.
ResponderEliminarYa dices mucho, Darío. Muchas gracias.
EliminarHay que sesertar de la muerte pregonada, disimulada por los desfiles, hay que vivir la vida joven, que vayan los de las medallas, lo generales a la guerra, ninguna tiene sentido, solo para ellos.
ResponderEliminarBesito a la abuela, besito al joven vivo.
Besos a los no héroes.
Natàlia, señalas sin querer acaso, parte del problema. Las guerras ¿existen porque hay conflictos o porque hay castas? A veces esas castas han generado el mecanismo en cadena de la producción de armamento, de desgaste, de invasiones, de hegemonías...para perpetuarse. Lo de los señores de la guerra viene de antiguo. Solamente han cambiado en las formas.
EliminarBrindis y memoria para los que resistieron y se opusieron a la barbarie obligada.
Adorable complicidad la de esa sonrisa. Tus letras rozan la perfección.
ResponderEliminarJuan Antonio. ¿Por qué será la sonrisa secreta una de las bondades más reflejas de un humano? Dicen tanto...
Eliminar¡Qué bien escribes! El joven, un auténtico héroe de la paz.
ResponderEliminarBss
Verso, qué amable eres. Había un adagio vasco antiguo que decía: "Las guerras no traen nada bueno para nadie". En aquel territorio supieron mucho de guerras civiles durante el siglo XIX, ya ves.
EliminarLa abuela sí que sabía!
ResponderEliminarEn las tribus primitivas la vejez era sabiduría. Se les tenía en cuenta a los ancianos. El pragmatismo de los intereses les desplazó. Y mira.
Eliminarque te voy a decir... fui insumiso en el 95 y hasta la fecha.:)
ResponderEliminarNanis. Qué te voy a contestar: un aplauso a tu sensatez.
EliminarGracias , no se merecen.
EliminarNo te dije antes, pero esta fotos me encanta!
ResponderEliminarHay fotógrafos que expresan lo que miran y proyectan más allá de lo que ven.
EliminarGenial¡¡¡¡
ResponderEliminarSi te gusta me alegro.
EliminarNinguna guerra es justa. Las abuelas son la voz de la sabiduría y experiencia, bendita experiencia que salva la vida de un joven. Lástima que no aprendan "los poderes" y sigan tropezando siempre en la misma piedra. Estupendo relato!! Gracias
ResponderEliminarDetalles. Si me permites te diré, en base a lo que voy viendo, que los poderes ni aprenden ni está en su intención aprender. Lo suyo es usar-nos, abusar -abusar de todos, traducir todo individuo, conjunto social y objetivo en objeto mercantil y cuando no les sirve la coyuntura de los negocios buscar-nos el enfrentamiento. ¿Debemos dejarnos arrastrar a esa violencia solo para que ellos salven sus trastos?
EliminarGracias.
Aquí cabe preguntar: ¿qué tipo de consecuencias pudo tener su acción para su familia? Porque en caso de que no hubiera consecuencias, podríamos decir que su acción fue loable. Pero si las hubo, entonces fue egoísta y cruel con los suyos.
ResponderEliminarEs curioso cómo el momento en que termina la acción de un cuento lo condiciona todo, o lo deja en la incertidumbre, porque sólo tenemos una parte de la información y el resto es imaginar.
Tú lo has dicho, Javier. Esto de los cuentos o como quieras llamarlo son como hilvanes. Pueden hilarse todas las historias que quieras, todo está siempre en expansión. Hay ángulos desde mirar las cosas pero en la vida real hay momentos de posicionamientos con mucha frecuencia, ante temas de mayor o menor entidad. Algunos con carga moral importante y decisiva.
ResponderEliminarSoy partidario de situaciones abiertas, posibles y participativas. La imaginación de los otros y la mía propia pertenecen al mismo imaginario. Solo dan vueltas.