(Fotografía de Graciela Iturbide)
Viene sentada frente a mí. Me ignora. Yo miro su boca. Sería mentira si dijera que veo a una viajera ordinaria, a una mujer común, a una persona habitual. No solo miro, sino que además busco. Cierto que lo hago con delicadeza. Como si no pareciese que la miro. Incluso trato de desviar mi atención contemplando el exterior desde el autobús. Sus proporciones menudas, y no obstante muy medidas, suscitan que me recree. Esas facciones reclamando que se las analice detalladamente. Frente grande, pelo atezado y liso, desperdigado, ojos almendrados y amplios, nariz prudente, cuello esbelto. Su boca encarrila mi mirada. Sus labios no tienen una carnosidad excesiva, pero sí muy marcada. Pienso en los desconocidos arqueros que hayan tensado aquellos labios. El conjunto de su rostro se muestra prieto, nada distendido. Su ceño, una máscara. De cualquier otra mujer hubiéramos creído que se trataba de un rostro enfermo. En ella parece solamente cólera. Pero, ¿acaso es poco mal sentirse dominado por la ira?
No centra su mirada en nadie. Sé que me desprecia y, a su vez, que no le importa que la observe. Quiero pensar que no es un desprecio irreversible, sino un mensaje que dice: no estoy, no recibo; pero que sepas que puedo estar. Un desplazamiento en autobús no da sino para repasar los quehaceres pendientes, calcular los tiempos, adivinar qué dejaremos para otro día. Pero a mí me gusta imaginar que un viaje de una hora puede ser más largo y abrir otros viajes. “No la he visto otros días. ¿No es usted de aquí?”, la pregunto con desenfado. "No, soy de Coyoacán, no vengo mucho por esta parte”, y en su respuesta hay al menos dos datos, que en realidad es uno, que tal vez no sea sino cero, lo que no cuenta. Se entrega al paisaje de las casas bajas de la avenida interminable. La curva de su boca es menos rígida. Son dos curvas en realidad, pero en aquella armonía la línea fronteriza se me antoja imprecisa. Al no estar tan contraída yo la miro más, la sigo palmo a palmo, con sus altibajos y sus desniveles. “¿Usted vive en Coyoacán también?”, me sorprende la mujer. “Oh, no, yo vivo en Las Lomas; vine a ver a un amigo. Ayer enterraron a su padre”, le respondo. Y ella: “Vaya. La gente se sigue muriendo. Vaya”. Y este segundo vaya no sé si significa lo mismo que el primero: qué mala suerte la de ese hombre, porque la muerte sigue, y no los libra, todo eso. O bien: qué mala suerte que usted no viva en Coyoacán porque yo vivo allí y allí todo está más cerca y vernos es menos difícil y…¡Basta! Me digo a mi mismo basta porque puesto a soñar no hay quien me supere. “¿Sabe? -y tiendo un puente- Es fácil que en breve tenga que volver, la madre de mi amigo está también próxima a la fatalidad”. Ella fija por una vez su mirada en la mía. “Vaya - vuelve a decir- Qué mala suerte es morirse”. Y permanece callada un rato. Luego: “¿Se ha dado cuenta que morirse es siempre una excusa?”. Me siento agitado y solo sé decir: “¿Usted cree?”. La mujer matiza: “Naturalmente. Una dispensa para abandonar el aburrimiento banal y una coartada para los que siguen vivos”. En sus ojos de indígena se contempla el paisaje que vamos dejando atrás. En su boca antigua se adivina una fertilidad que resulta difícil soslayar.
En una situación parecida, Maiakosvsky exclamó: no se preocupe, señora, yo sólo soy una nube en pantalones.
ResponderEliminarFeliz Navidad.
Francesc Cornadó
Es que Vladimiro era muy alto y rozaba cielo y tierra, pero sí, recuerdo La nube en pantalones. Compartimos el gusto por el mismo, Francesc.
Eliminares intenso leerte, creas paisajes con un aroma que atrapa
ResponderEliminarsalud y placer pasar por aquí.
Mareva, gracias por entrar en los paisajes. Están ahí, se trata de participar de ellos. La escritura llega después, ¿o acaso se anticipa?
EliminarSalud y placer para ti.
Es cierto, la muerte no es más que una excusa. Este año agoniza, aquí, en Las Lomas y en Coyoacán.
ResponderEliminarFelices fiestas.¡Feliz año nuevo!
Llega un momento, Salamandrágora, que uno no sabe si los años agonizan, nacen o enloquecen. Todo es un eterno acontecer y ya sabes, depende de cómo nos vaya. Mis mejores deseos.
EliminarCasi adivino el rostro de la mujer, incluso el "clima" del autobús. ¡¡Igual soy la ocupante del asiento de atrás!!!
ResponderEliminarRealmente tus descripciones son tremendas.
En mi vida, hubo un tiempo que la muerte me servía de excusa...triste ¿No? Pero una realidad para muchos.
Gracias y felicidad.
Qué bien que adivines el rostro de la mujer (que no tiene que ver con el de la foto de Graciela Iturbide) Esos rostros puedes verlos en cualquier ciudad española ahora mismo. Que seas la ocupante del asiento de atrás anima, caray, ¿tanto has vivido el relato?
EliminarBuen ánimo siempre.
Intenso relato. Un viaje en autobús, tren, avión... da para mucho. Por como lo describes, consigues que sea una de esos pasajeros. Bellísimo!!!
ResponderEliminarUn saludo, Dame.
Los viajes siempre dan juego, dentro de la mente o fuera de ella. Están repletos de paisajes de todo tipo.
EliminarEres muy amable, Auroratris.
No podés escribir de esta manera tan alucinante...
ResponderEliminarSerá que los viajes producen alucinaciones, Darío...
Eliminarexcelente creación, me agradó leeros
ResponderEliminar.
recibe mis mejores deseos para el año entrante
saludos desde Uruguay
Gracias, Omar. Recojo tus deseos y los expando, que buena falta nos van a hacer.
EliminarUn abrazo.
Estaba por apagar la pc y dije: un instante más de curiosidad y encontré tu blog. No sé razonar demasiado sobre lo que leo, yo siento. Bastó la frase: "pienso en los desconocidos arqueros que hayan tensado aquellos labios", para comprender que estaba metida en un prosa tan poética, que ya no podía irme.
ResponderEliminarLa descripción me pareció tan vívida que iba más allá de las palabras y yo también estaba sentada en el autobus y miraba el rostro sin tiempo de la indígena. Vendré a visitarte seguido porque hay bellas fotos y mucho material para seguir leyendo.
Cuando quieras podés darte una vuelta por el mi blog, que nació hace poco.
Un gran saludo desde Buenos Aires
Mirella, bienvenida pues. En esto de las lecturas de blog hay un alto componente de azar. A mí me gusta que sea así. Saben mejor los descubrimientos. Que digas que sientes por encima de que razonas me parece enorme. Porque si los textos proporcionan sensaciones, emociones o sentimientos diversos...¿qué vamos a pedir?
EliminarMe pasaré por tu blog naciente. Un saludo para esos Aires.
Exquisito cuanto escribe, madame. Ha sido un gran hallazgo para mí. Volveré, por supuesto.
ResponderEliminarBuenas noches
Bisous
Sea bien recibida, madame. Tómese amplia y generosamente su tiempo.
EliminarBisous.
Escribes muy bien, dama.
ResponderEliminarEs un placer leerte.
Beso
Hay que brindar por las letras siempre. Como Omar Jayyam con el vino (que también) Por si nos salvan un poco.
Eliminar