(Fotografía de William Klein)
Hábleme de su independencia, señora mía. De esa vida en que nada le ata. En que no sabe de sujeciones, ni de obligaciones, ni de vínculos forzosos. Hábleme de su vida de mujer libre, de mortal que vibra en su eternidad cotidiana. De cómo logró zafarse del laberinto donde tantos otros se pierden hasta perecer en él. Hábleme de su alejamiento de ese mundo que constriñe y que usted supo evitar. Si cuando decidió su soledad lo hizo consciente de que recibía un don. Si cuando se desligó de las viejas familias lo hizo con benevolencia o con crispación. Si al percibir la desesperanza por cuanto había vivido hasta entonces optó definitivamente por construir perspectivas nuevas. Si al olvidar el viejo e impuesto aprendizaje resolvió desandar caminos. Hábleme, se lo ruego, de si acaso al decidir poseer su vida, y no solo sentirla como anhelo y fantasía, tuvo la sensación de que podía convertir el desierto en vergel. Hábleme de si cuantos hombres dejó atrás mudaron su rostro, callaron o alzaron una mano disolviendo un beso áureo o acaso traidor. Dígame si percibió alguna vez que había sembrado agravios, causado desencuentros o afirmado decisiones entre los otros. Hábleme de sus mañanas y de sus anocheceres, de sus paseos y de sus lecturas, de sus contemplaciones y de sus risas. Hábleme de sus elecciones y de sus reservas. Escucharé sus palabras precisas y también seré comedido con sus silencios. Hábleme de sus distancias y muéstreme la senda de sus aproximaciones. Preservaré el aura de su cuerpo y me mostraré atento a lo que emerja de su recoleta profundidad. Estaré pendiente de lo que usted me sugiera o me plegaré ante su desdén.
La dama del perrito le miró. Esbozó una sonrisa burlona al terminar de leer el papel. Se levantó, se acercó a su mesa y se lo devolvió, dejándolo calladamente entre la tetera y la taza. En él había escrito a mano: otro día. Luego dirigió sus pasos bulevar Haussmann abajo.
Pobre mujer, si lo que el hombre escribió resultara cierto. Y pobre el hombre, ocupado en temas intrascendentes.
ResponderEliminarExcelente posteo.
Un beso grande
Tal vez por ahí anda en juego un pulso.
EliminarQué inmenso! Cuánto tejido sutil. Hay que dejar a un costado, también, toda sujeción y el plomo de la culpa. Un abrazo.
ResponderEliminarAcaso el hombre arriesga demasiado y presume de conocerla. Un abrazo.
Eliminargenial relato!
ResponderEliminarsaludos
Los individuos, inmersos en sus roles y apetencias están ahí, rodeándonos.
Eliminar¡Ese hombre (era un hombre, ¿no?) ya sabía demasiado! Y quizás su error fue soltarle todo a bocajarro a la elegante y glamurosa dama del perrito. Con las últimas líneas del discurso hubiera sido suficiente. Siempre es bueno guardarse un as bajo la manga...
ResponderEliminarEse hombre. Tal vez supiera, tal vez aparentara conocer. Juega una carta. El error solo se sabe al final de la partida. Ella no la ha finalizado. ¿Y si ambos guardan sus ases correspondientes?
Eliminar...Hábleme de sus distancias y muéstreme la senda de sus aproximaciones...Solo esa frase ya merece unos minutos compartidos frente a la taza de té. Enorme entrada!!Gracias
ResponderEliminarEse hombre que cree conocer a la dama resulta que acaso apenas la distingue. Pero sí, el té espera. Gracias a ti.
EliminarMuchas peticiones para esperar una respuesta... y menos, inmediata.
ResponderEliminarTus escenas, fragmentos de realidades vividas o imaginadas, son ejemplos realismo y prosa de muchos quilates.
Bss
Demasiadas, estoy de acuerdo. Pero no sé si hay que aplicar la lógica. ¿Será el papel que devuelve la dama el mismo papel donde se dice todo lo anterior? ¿O los pensamientos de uno son aire de esperanza disuelta por la mujer?
EliminarSiempre me sorprendes, Vas cargando la historia hasta que adquiere su independencia, y empieza a crecer. Muy buen relato.
ResponderEliminarBesos.
Cierta manía magmática, que luego no sale sino anárquicamente.
EliminarOtro día...puñalada!
ResponderEliminarEspero que no sea trapera, eh.
EliminarHabrá otro día, verdad?
ResponderEliminarEsperemos que sí. La vida es siempre tanplural...
EliminarDel enigma femenino queremos saber demasiadas cosas.No pararemos nunca de interrogarnos y preguntar,indagar...Una mujer ha de venir provista de misterios, anhelos,signos de interrogación que no suelen tener fin.Muy bien captado. Delicioso. Saludos
ResponderEliminarTambién hay hombres de los que cabe esperar misterios y que no dejan de sorprendernos. Cuidado con los estereotipos y los roles. Pero sí, la mujer sigue batiendo el récord de provisiones, digamos. Saludos.
EliminarQuizá sea mejor conservar todas esas incógnitas... el misterio siempre fue tan seductor...
ResponderEliminarUn saludito
No te digo que no. La seducción del misterio, ah, con todas sus consecuencias. Merci, mademoiselle Uve.
Eliminarinteresante
ResponderEliminarGracias por seguirme, mantén el interés si te gusta.
EliminarLa dama del perrito era muy educada, otras algo más toscas o precavidas hubiesen echado a correr sin esbozar sonrisa alguna. Sin embargo, mejor así, mejor las buenas maneras.
ResponderEliminarUn buen texto, felicidades.
Salud
Francesc Cornadó
Las buenas maneras pueden ser útiles, siempre que haya más atractivos detrás.
EliminarMe alegro que te guste, Francesc.
buen intento, nunca hay que cejar en el empeño!
ResponderEliminarNaturalmente. Las posibilidades siempre están al alcance. Solo hay que considerarlas y no dejarse guiar ni por la ceguera, ni por un orgullo estéril, ni por la imprudencia.
EliminarSería necesario todo una vida.. ¿ no cree? aún así ante ese despliegue de curiosidad valdría la pena dejarse llevar por su relato..
ResponderEliminarun saludo
Por supuesto, sería necesaria toda la vida, pero creo que es un empeño, unas veces más dormido, otras más revelado, pero siempre latente.
EliminarQue no nos falte la sana curiosidad y la exigencia de encontrar, si no las pequeñas verdades, al menos una aproximación a ellas. Saludo, Ico.