(Fotografía de Jorge Molder)
Fue a finales de primavera cuando mi madre echó de casa a mi padre. Aquel día, a la hora de comer, mi padre se levantó de la mesa, se dirigió a la letrina que hay en un rincón del patio y vomitó amplia y sonoramente. Mi madre había parado la comida con un golpe enérgico, muy en línea con las crisis repentinas que solían acecharla. Descargó sobre la mesa con una fuerza inusual la enorme fuente repleta de pimientos asados rojos y verdes, cebollas cocidas y berenjenas aderezadas abundantemente con aceite y vinagre, entre el susto y la sorpresa de todos. Al lado, el asado de cordero esperaba humeante a que el ritual de la fiesta diera cuenta de él. O mejor dicho, a que todos los chicos nos cebáramos en el festín. Pero mi padre sintió la ira de mi madre como un aviso decisivo. Hizo del trastorno de su cuerpo un argumento poderoso e imprevisto, y se ausentó.
Como todos estábamos acostumbrados tanto a los silencios como a las descargas emocionales de nuestros padres no lo consideramos sino un episodio más de sus rencillas soterradas. Así que en cuanto pasó el fragor inicial, no secundado, como he dicho, por mi padre, seguimos comiendo ávidamente y jugando como si no hubiera pasado nada que no sucediera habitualmente. Nos atropellamos unos a otros, mientras nuestra madre, tensa y con ademanes bruscos, nos servía a cada uno la comida en el plato. Entre risas y apetito, todos los hermanos llenamos la mesa de griterío y empellones, sin dejarnos afectar por las discusiones de los mayores.
Nuestra madre no comía. Nos recorría a cada uno con su mirada inmóvil, callada, mientras su rostro se mostraba cada vez más lívido. Trenzaba los dedos de ambas manos sin parar, unas veces en posición orante, otras chasqueando los nudillos. Hipnotizada, ausentada de la alegría de los niños, hincaba sus codos robustos sobre el tablero de la mesa como un símbolo de su arraigo en la casa. Pero como aquella era una actitud ya sabida, la respuesta a un agotamiento pasajero por el desfogue colérico que de ordinario duraba poco rato, nosotros no le dimos importancia. Fue cuando bajó del piso superior nuestro padre, embutido en su traje de los domingos, con una maleta en la mano, cuando todos comprendimos inmediatamente que sí, que en aquella ocasión nuestra madre había expulsado a nuestro padre de casa.
Creo que ella no se lo esperaba. No habían mediado palabra y sin embargo ambos movían sin reserva ficha, y pulsaban una jugada de difícil ganador. No entendimos el juego. Sin embargo ellos actuaban en consecuencia. Y de qué manera. Mi padre fue hacia la puerta, serio y altivo. Interrumpió por un instante su pose para sonreírnos y se refugió nuevamente en su ceño. Aparentemente no dejaba traslucir enojo. Incluso su porte emitía una majestuosidad contenida como si se hallara ante una autoridad poderosa y no ante mi madre. ¿O tal vez no había nada más omnipotente que ella? La tenue pero franca sonrisa que nos dirigió nuestro padre la agradecimos todos, pero a mí me dividió. Por un lado, admiré su decisión contundente. Me agradaba que por fin él viera la situación con claridad. Probablemente yo era el único de todos los hermanos que supo captar su mundo interior vibrante y viajero. Muchos años después me confesó que no podía estar reprimiendo permanentemente sus sueños. Que se sentía agotado por su propia conducta, encauzada siempre a través de desiguales y efímeras apetencias. Que no podía soportar más los límites de sus propias actividades desordenadas.
Fue un clamor impetuoso el que tuvo que escuchar mi padre a sus espaldas al llegar al zaguán. “Vete de una vez", bramó mi madre. "Que te mantengan tus sueños. Que te enriquezcan tus inventos. Que te den de comer tus bondades para con otros. Que te hagan feliz tus amantes. Ya volverás con la cabeza gacha cuando te apagues “. Nunca regresó mi padre. A partir de aquel día todos crecimos más deprisa.
Cruel y triste relato. Aunque el final me ha dado cierta sensación de esperanza, una reconciliación con la dignidad de la persona o de aceptación de la fragilidad, no sé...contradictorio
ResponderEliminarsaludos
Tal como señalas, hay más que una sensación de esperanza. El difícil equilibrio en el interior del ser humano. Todo es muy contradictorio, sí. De una manera u otra.
EliminarCada vez que le leo me quito el sombrero ante usted, querida dama.
ResponderEliminarUn abrazo.
Póngaselo, señorita, póngaselo que amenaza lluvia. Eres muy amable. Un abrazo.
EliminarLa primera mitad del último párrafo me resulta familiar. Doloroso.
ResponderEliminarYo, Dama, me lo imagino masculino.
No quiero decir aquello de "todo parecido con la realidad es pura coincidencia". Más bien que todo parecido con la realidad es reflejo de la realidad.
EliminarSi, la imagen de esa mujer con los codos en esa mesa es omnipotente, todo un símbolo de ese arraigo al Lar en contraposición a lo que hay después de esa puerta.
ResponderEliminarbuenísimo Dame!
Codos clavados, pero manos nerviosas, ergo espíritu indeciso, que intuye que los acontecimientos le van a desbordar. Bien visto y con agudeza por tu parte.
EliminarBien...no, mejor que bien. Son muchas las veces que mantemos una vida que nos asfixia y que nos hace oscuros y tristes, que nos apaga (esa es la que nos apaga, por eso el padre no volvió) Realmente insostenible para todos, es cierto, al final se hace costumbre y se continua comiendo pensando que sólo es un día más, un año más...de todas formas, en ambientes como el que describes, se crece antes; la despedida solo acelera un poco más, sólo eso.
ResponderEliminarDebe estar muy bien escrito, porque me has vuelto a una época y una situación, de manera tan real, que volví a sentir taquicardia como entonces. Yo crecí muy rápido, rapidísimo, aprendí pronto a entender casi todo. Un beso y felicidades, te superas cada día.
Nada debo añadir. Eres muy explícita y con una claridad total. En realidad son temas intemporales u omnitemporales (si se pudiera decir así) Gracias por animar también tan explícitamente.
EliminarMe ha gustado mucho de tan bien contada, a pesar de ser una escena dolorosa.
ResponderEliminarEl dolor es el raíl paralelo al otro...¿al del placer? Acaso simplemente al de la inercia. Muchas gracias.
Eliminarun relato contundente para una escena tan familiar en muchos de nosotros... crecimos, todos, y recordamos contigo... Un beso.
ResponderEliminarA.
Muchas veces las escenas familiares varían en la formalidad o en la ambientación, como si fueran escenas de teatro. En esencia, los humanos se debaten entre los mismos parámetros en cualquier lugar del mundo, ¿no crees? UN abrazo.
EliminarEncuentro el relato cercano .Al padre solo lo exonero si economicamente siguio ocupandose de su familia .Facil es perseguir sueños sin cargas.
ResponderEliminarDecir tambien que he estado ausente un tiempo pero que me pongo al dia y con respecto al anterior relato decir que el alma mutilada puede regenerar por si sola . Seria el caso opuesto a este : desaparecer pero por dejar de perseguir sueños.
Gracias por tan ilustrativos relatos. Saludos .
De algún modo, al proponer, Nanis, desarrollas la historia o sugieres otros caminos. Es lo bueno del relato, que de alguna manera nos vincule: en parte lo hace con nuestras experiencias y en parte con nuestras expectativas.
EliminarDiscutible lo de la regeneración del alma mutilada, pero posible, naturalmente. Depende de circunstancias. Gracias por volver.
Relato contundente igual que la ira contenida y la frustración manifiesta que eran huéspedes habituales en la vida familiar.
ResponderEliminarLa prosa que utilizas es muy ilustrativa debido al alto número de detalles sobre los personajes y las acciones.
¡Felicidades!
Celebro te guste. Acaso este relato haya sido como dices, más explícito en detalles, pero puede que otros sean más oscuros y menos obvios. Según salgan.
EliminarUn abrazo cordial.
Observo que la expulsión fue por roja directa, por lo crudo de la escena, y que posiblemente la madre ya la barruntaba en la soledad de la cocina mientras preparaba esos pimientos asados... por supuesto rojos, de rabia contenida. Puede que a veces una tarjeta amarilla de amonestación (en privado a ser posible, sin que los hijos tengan que presenciar una escena tan dolorosa) sirva para reconducir un camino equivocado o rectificar a tiempo las bases de una relación deteriorada por el paso del tiempo en este caso. Crecer demasiado deprisa es abortar los sueños de quienes aún son demasiado jóvenes para sufrir. Y el dolor nunca debería ser tan... arbitrario. Saludos.-
ResponderEliminarDivertida esa clave de interpretación futbolera. A veces también se pierden los partidos por cansancio o falta de interés en el juego. No obstante, aunque sería de desear el fair-play en todos los campos, no siempre resulta, desgraciadamente, por lo visto.
EliminarComparto tu cita final: "Crecer demasiado deprisa es abortar los sueños de quienes aún son demasiado jóvenes para sufrir. Y el dolor nunca debería ser tan... arbitrario." Ya sabes que hay de todo y luego pasa lo que pasa, y el tipo de personalidades que nos encontramos entre los adultos. Saludos cordiales.
Me gusta tu manera de narrar.
ResponderEliminarJL
Gracias por hacerme llegar tu opinión. Puedes parar por aquí cuanto gustes y soportes.
EliminarSaludos.
No sé si es un relato autobiogràfico, però me pareció una situación muy dura, sobre todo
ResponderEliminarpara los hijos, que seguramente no entendían nada, en aquel momento, más tarde lo comprenderían...
Però me ha gustado la descripición tan esmerada, con todo lujo de detalles, lo cual hace que el leerlo, sea como presenciar la escena.
Y me encanta la cabecera de tu blog...
Besos.
Oh, no te preocupe, Roser, lo que sea el relato. Un relato pierde valor si se le clasifica. Míralo como una narración oral, incluso ancestral: algo que te cuentan en el seno de la tribu, para aprendizaje de la tribu. Luego, cada lector sabe lo que quiere obtener de lo que lee, pero mejor dejarse sorprender, ¿no crees?
EliminarLa foto de cabecera es un lujo, sí. Un abrazo y gracias por tu presencia.
Cuando una situación es insostenible, poco hay que hacer
ResponderEliminarHacer...acaso hay que hacer algo, pero nada volverá a ser lo mismo.
EliminarYo le di muchísimas vueltas a este comentario desde que leí el relato, pero al final opté por serme fiel y decirte que todas y cada una de las veces en que lo leí, se me figuró la misma escena del Valle de los Avasallados o su sucedáneo Léolo. La escena de la madre con el padre, el golpe de la comida sobre la mesa, la forma en que representás la imagen del padre cuando va hacia el patio y la descripción ulterior, son una foto de lo que te digo y no me puedo abstraer de esa impresión para objetivizar la segunda parte del relato, que ya se aparta de Ducharmé y de Lauzon, aunque conserva esa pincelada, de contornos difuminados, de lo que te digo.
ResponderEliminarEl relato gira, es verdad y se convierte en otro relato. No alcanza el climax contundente de las primeras descripciones y se acota sobre el yo y sus percepciones, con una cierta carga de justificaciones entre morales y lógicas, para que el lector capte la escena desde la mayor cantidad de banderías posibles.
Todo lo que digo no invalida que sea un buen relato. Muy por el contrario, creo que lo es y que tiene muchos momentos de brillantez.
Lehit
Pues no sé qué decirte, asociaciones de ideas y azar se entrecruzan todos los días en nuestras vidas. No sé qué es el Valle... ni Léolo así que nada puedo opinar al respecto. Pero tomo en consideración tu comentario, claro. Y si tengo oportunidad lo confrontaré con esas referencias. Pero que dediques algo de tu tiempo a dar vueltas a uno de estos relatos que pongo aquí me da pudor. Gracias, de verdad.
EliminarMe gusta mucho tu interpretación y que indiques esas derivaciones; todo ayuda. Ya sabes que un emisor y un receptor no siempre coinciden en la percepción de una mirada, ni tienen por qué. Te agradezco mucho ese criterio