(Fotografía de Herbert List)
“¿Qué va a ser de ellos cuando yo falte?”. Era un pensamiento que le estremecía. Él se alejaba cada cierto tiempo y los dejaba solos. Tomaba aviones con frecuencia, atravesaba intrincados valles de cordilleras en ferrocarriles inseguros, embarcaba hacia puertos fluviales perdidos en el conflictivo corazón de otros continentes. Y siempre los llevaba en la mente. “¿Qué será de ellos si me pasa algo?”, pensaba con obsesión atroz. Podría también ocurrir algún suceso mientras él estaba ausente. Pero esta posibilidad no le angustiaba tanto. "Con el azar todo es posible, pero no probable", se decía a sí mismo para desechar el temor. Sin embargo, no sabía por qué, tal vez por la agitación a la que periódicamente se veía sometida su vida, la idea de dejarlos huérfanos le perturbaba. Había noches en que imaginaba la caída del bimotor en el que viajaba o cómo se despeñaba su tren por el abismo brumoso de valles encajonados. Y que él moría. Entonces la ansiedad le poseía y unos fantasmas le llevaban a otros más tenebrosos. Entendía que un accidente casero pudiera castigar o acabar con la vida de sus protegidos. Pero la sospecha fundamentada de dejarlos a la intemperie para siempre, eso no podía asumirlo. Y sin embargo, las posibilidades de que a él le sucediese algo irreparable aumentaban a medida que, en su desmedida vida de aventura, no cesaba en incursiones a través de territorios cada vez más hostiles.
Una noche soñó que un tal doctor Kien, atrapado en el incendio de su propia casa, le llamaba a gritos desde el fondo de una de las narraciones más soberbias que hubiera leído. "No les abandones, no les dejes tirados", le decía aquella voz que se consumía entre las llamas de la desesperación. Cuando despertó estuvo dándole vueltas: “¿Deberé buscar yo también el camino del sacrificio? ¿Pero cuál? ¿El de ellos, el mío, o acaso el de todos?”.
A la vuelta del último viaje entró en la mansión, donde aquella infinidad de textos rescatados en sus viajes cohabitaban como hijos pródigos que habían regresado a la casa del padre buscando el amparo. Luego levantó las persianas y dejó entrar la luz del día. Lentamente pasó la mirada por todas las paredes repletas de estanterías. “No tenéis por qué preocuparos. Jamás seréis de otros que no os comprendan”. La interminable sala emitió un crujido, como si expresara un doloroso temor por las palabras pronunciadas por el empedernido bibliófilo.
Tus personajes son muy peculiares, con una pincelada de locura o con sus pequeñas obsesiones, que los vuelven muy atractivos. También tenés una forma muy fluida de escribir, que hace placentera la lectura.
ResponderEliminarComo te habrás dado cuenta, me gustó mucho.
Saludos
Mirella, son personajes que pueblan nuestras casas, calles y ciudades también, Mirella. Y hay muchos muy agudos y crónicos que aún no les he traído aquí. Tal vez por eso busco su peculiaridad. Gracias por tu comentario, un abrazo.
EliminarSi le pasara algo, esos hijos acabarían dispersos, extraviados y lo que es peor, incomprendidos.
ResponderEliminarUn placer la lectura de ese razonable temor.
Ese es uno de los riesgo, Balbi, que más me angustian y, por lo que veo, a otros individuos de mi calaña también les preocupa. Habrá que prever una salida digna, gracias por manifestar tu gusto.
EliminarEs un sentimiento que nos sobrevuela en alguna ocasión a los que sentimos amor por los libros. Un texto muy bello. Abrazos.
ResponderEliminarY que reprimimos inmediatamente, como si de un mal que nos acechara se tratase, ¿verdad, David? Gracias por pasar.
EliminarRecuerda aquella expresión de los maltratadores: O mía o de nadie... Quizá el amor de los bibliófilos por los libros tenga algo de posesión enfermiza. No sé, se lo preguntaré a mis miles de libros.
ResponderEliminarProfundo, como siempre. Un abrazo.
NO vas descaminado, Amando. También, además de esa especie de posesividad manifeista, hay incluso una cierta preferencia por unos libros sobre otros. El difícil equilibrio consiste en que unos libros no se enteren que nos abrazamos a otros y que en caso de tener que elegir...en fin, lo dejo ahí. Un abrazo.
EliminarVos sabés cuánto me duele pensar en eso? Hay algo de egoísmo, pero también de desamparo. Un abrazo.
ResponderEliminarNo sé la medida de tu dolor, obviamente, pero no creo que estén muy lejos los dolores de ambos al respecto. Eso del desamparo es verdad. Buen día.
EliminarA propósito, de libros, tu relato que es bellísimo (soy bibliotecario, me reporta al destino de los libros de mi biblioteca personal,que amo, cuando falte. Los libros los siente como hijos. Un abrazo. Carlos
ResponderEliminarCon un bibliotecario hemos topado, amigo Sancho. Permíteme el humor, Carlos, pero es que también en el tema de los libros se operan dramas. Recuerda cierto monje de "El nombre de la rosa" de Eco o el protagonista de "Auto de fe" de Canetti. Yo siento unos libros como hijos, otros como hermanos, otros como padres, algunos como transeuntes que me sorprenden. Abrazo.
EliminarLos libros contienen la historia de la humanidad, son, por lo tanto, hijos de ella. Trascienden a los hombres ,porque perduran más que sus vidas.La verdadera biblioteca está en la mente, en el fruto extraído después de leerlos. Almacenarlos en estanterías es una tendencia normal, es resguardar el tesoro de la sabiduría. Sin embargo hay que desprenderse del miedo a perderles; somos nosotros los caducos, lo único eterno es aquello que hemos dejado en herencia para mejorar la humanidad.
ResponderEliminarLos libros son el pan del espíritu y éste jamás será saciado.
Un abrazo
Sin restarte un ápice de lo que aportas en tu comentario, Genetticca, yo reivindico el placer que nos proporcionan. El placer es conocimiento también, sabiduría, y no menor que la racional. Buscar placer es tan intelectual como cualquier otra tarea. Difícil, no obstante, desproveernos del miedo a su soledad si no estamos. Algo semejante a los lazos familiares (alguno dirá: o más) porque no solo hemos recibido de ellos sino que nos hemos entregado a sus causas.
EliminarMatizo: creo que esa actitud de temor ante su abandono también es parte de nuestras presunciones, soberbias y engreimientos. Los libros saben buscar los cauces madre aunque se les desvíe el curso.
EliminarSiempre he pensado que ser bibliotecario tiene que ser una de las cosas mas hermosas que existen, estar rodeado de todo el saber, la sensibilidad y la belleza del mundo a lo largo del día.
ResponderEliminarClaro, yo también lo he sospechado, pero de los de antes o de espacios muy pequeños. Pasa otro tanto como con el librero de antes, que tampoco existe prácticamente ya. Quiero pensar que aún existen bibliotecarios vocacionales y no meros empleados (de esto podría hablar mejor y con conocimiento de causa Carlos Augusto) Aunque todos los que tenemos cierto número de libros nos sentimos algo bibliotecarios y nos autoorganizamos para leeer, releer, consultar y colocar el género.
EliminarQuiero intuir que entre tanto libro conocera al menos a una persona a quien dejar semejante legado .
ResponderEliminarEspero que mis hijos y sobrinos cuiden de mis libros .
No siempre es fácil, los avatares de la vida pueden llevar a la difícil elección (o carencia de ella) en el tema de dejar en herencia una biblioteca. He visto a lo largo del tiempo a unas cuantas familias llamar al librero de lance para venderle -por cuatro perras- la biblioteca del abuelo o del padre. ¡Terrible! Pero real. Gracias, Nanis.
EliminarOh, no comparto la idea del genio loco: "sus hijos" encontrarían nuevas manos y nuevos ojos, quién sabe si tan aptos o más que los suyos propios. Yo soy de repartir, de compartir, de liberar libros en las calles, no puedo pensar como tu personaje :)
ResponderEliminarFrancesca, el protagonista se ve presa de temores, está al borde de una crisis de identidad y en su soledad -no obstante tanto viaje- se aferra a lo que más aprecia. Pero estoy de acuerdo contigo en que se haga cargo quien se haga cargo de los libros, estos seguirán caminando. Salvo catástrofes humanas (que los talibanes de cualquier ideología totalitaria decidan quemarlos)
EliminarFormidable que seas de compartir. Aunque yo he perdido muchos libros por compartir, ja. Todo tiene solución. He recibido por distintos vericuetos otros.
Siempre dije que del incendio debían salvar sólo mis libros. Que apoyaran la escalera en la ventana sur y fueran sacando, uno a uno, sus vidas.
ResponderEliminarNunca he tenido sueños premonitorios como el bibliófilo aventurero, y no le envidio.
Admiro tu sensibilidad, G. Y fíjate que ante una catástrofe se pueden reponer mayormente, aunque no ciertas ediciones. Entiendo que intentas salvar tus sentimientos, el rol que han jugado al entrar sus textos en ti e incluso un cierto y comprensible fetichismo.
Eliminar¿Qué sería de los libros? Me los llevaré a la tumba donde crepitarán letra por letra como yo misma.
ResponderEliminarImposible deseo, nada es para siempre.
Besito lunero.
No sé si te permitirán incinerar los libros. Debe ser muy costoso (acaso dicen que no es materia orgánica y que es muy contaminante hacerlo) Bueno, nada es para siempre...ya sabes, el siempre termina cuando dejamos de respirar. Obviamente debemos ser conscientes de que el vínculo con los libros acaba como los demás vínculos: forzosamente. Un abrazo.
EliminarEls llibres de casa tindran vida després de mi. Ara bé, els meus propis llibres, els meus fills, ja han estat incinerats, ofegats o triturats. Però l'autora, con l'au fènix, reneix de les flames.
ResponderEliminarOlga X.
Pues larga vida a los libros que están a patrona en tu casa, aunque sea en manos ajenas. No creo que tus libros-hijos hayan sido incinerados, ahogados o machacados. Siempre me has parecido un ave fénix a la que las llamas le dan nuevos bríos en lugar de aniquilar. Gracias, Olga.
EliminarEgoismo puro. No hay nada mejor que compartir libros!
ResponderEliminarY si se puede, lecturas. Leer y comentar con otro/s.
EliminarMuy realistas tus personajes. Ademas escribes muy bien!
ResponderEliminarPD: nos seguimos?
Y muy raros también. Me pasaré por tu blog. Muchas gracias.
Eliminar¿Sacrificio? El mío por el bien de todos... cuando yo tan solo sea un viaje, otro, hacia la ausencia.-
ResponderEliminarO como dice Cernuda:
Eliminar"Donde al fin quede libre sin saberlo yo mismo,
Disuelto en niebla, ausencia,
Ausencia leve como carne de niño."
Gracias, Krust.