(Fotografía de Alex Howitt)
Le he visto por la calle. Él no me ha visto. O si me ha visto me ha ignorado. Le he observado. Estuve tentada a llamarle. Me dije: para qué.
Iba despistado. O era una apariencia, una envoltura defensiva. Caminaba despacio. En ocasiones se paraba ante escaparates que no entendí qué interés podían suscitar en él, que despreciaba los comercios. Le he seguido. Como a veces se detenía de improviso y permanecía absorto, pude cruzar por detrás y situarme en otra posición desde la cual le divisaba con claridad. Su rostro mudó en breve tiempo varias veces. Tan pronto adquiría un gesto sombrío como distendía sus facciones. O bien enarcaba el ángulo de sus ojos y se mostraba grave o bien entreabría su boca con una sonrisa generosa. Pensé que todos aquellos cambios eran producidos por alguien que llegaba. Pero nadie se le acercó. Luego continuó caminando. Siempre fue muy propio de él combinar ritmos pausados con otros más veloces. Pude comprobar que se producía algo en este hombre que antes no era habitual. Su carencia repentina de expresión. Una mudez estatuaria. Un modo de permanecer de pronto reconcentrado, ausente, rígido, con la mirada perdida.
Admito que me asusté un poco. Incluso pensé que siendo él no era el mismo. Uno puede llevar el mismo nombre, portar las mismas características en un cuerpo que no se altera todos los días, o al menos no lo hace de modo perceptible. Incluso puede conseguir que la gente del entorno acepte su máscara y le reconozcan en ella. Y sin embargo, vivir pequeñas metamorfosis, que ocultan su personalidad o hacen aflorar una nueva. Tuve la sensación de que hablaba solo en voz alta, moviendo atropelladamente los labios. O que se reía, ladeando la cabeza a un lado u otro, asintiendo o negando. Incluso vi que pesaroso se pasaba la mano por la frente, expeliendo agobio. Luego gesticuló ante su sombra con las manos o estiró y encogió el cuerpo alternativamente.
No pude evitar seguir pendiente de sus pasos. Me arrastraba una mezcla de curiosidad y bochorno ajeno. ¿Tal vez una inconsciente necesidad de protegerle más allá del vacío que nos había dividido? Miré alrededor, en la convicción de que alguien se le aproximaría. Pero él se mezcló con la gente que iba nutriendo el bullicio del mediodía. Por unos momentos creí haberle perdido. Me apresuré. Le percibí nuevamente a cierta distancia. ¿Por qué tenía que darme pena aquella figura patética que deambulaba como un orate? Algo de los viejos tiempos que ha reblandecido el callo formado dentro de una, pensé. ¿El tiempo nos lleva a compadecernos de quienes fueron en algún momento nuestros enemigos? De pronto le vi de espaldas, ante una puerta. Ocupando con su estatura considerable todo el marco. Cuando se movió avanzó desde detrás suya una mujer de cabellos de fuego que, jugueteando, se abrazó a él.
Me escondí tras una columna del soportal. Me sentí miserable. Me consumí allí mismo.
Entonces descubriste tu imagen en el cristal del escaparate. Una mujer de cabellos de fuego abrazada a un hombre ya no tan rígido.
ResponderEliminarPotente relato. Un abrazo.
Francamente sugerente y acaso no alejada de lo soñado, tu interpretación. Muchas gracias, Amando.
EliminarEres una persona con un enorme gusto al escribir y al escoger las imágenes.
ResponderEliminarLas imágenes andan por ahí, a veces hay que olfatearlas y cazarlas al vuelo. Agradezco tu opinión.
Eliminarel texto se consume en su propio fuego. Muy bello. Felicitaciones.
ResponderEliminarTodos los fuegos, el fuego... que decía el buenísimo escritor Julio. Gracias.
EliminarSi es que vemos lo que queremos ver...
ResponderEliminarNo te quepa duda. Es el riesgo de las complejidad de las relaciones y los márgenes que éstas comportan.
EliminarTienes un blog muy interesante, en formato y contenido, relatos y fotos. ¡ Saludos !
ResponderEliminarPues tienes tela para leer, si te place, Hoangho. Tómatelo con calma y sin empapuzarte demasiado.
EliminarMe ha encantado la forma de llevar la historia, las palabras adecuadas para no cargar el texto, perfecta la manera de hilar unas con otras.
ResponderEliminarTe felicito.
No siempre logra uno ser dúctil y maleable con la sintaxis y la narración seriada. Gracias por tu criterio.
EliminarMe encanta ese final: algo se movió adentro de la mujer,al ver la fémina que lo enganchó de un brazo juguetona. Saludos. Carlos
ResponderEliminarLos finales no-finales descolocan casi siempre, Carlos. No me refiero al relato sino a lo que vivimos. Saludos.
EliminarLa actitud, completamente humana, es fácil de comprender. La gracia y el arte relatándolo, ya se sale de lo normal.
ResponderEliminarBss
Me haces pensar. Si a veces es desplegar el prisma...para observar las tantas caras que las situaciones nos muestran. Un abrazo.
Eliminarun blog muy intresante, pasare por aqui mas veces.
ResponderEliminarUmmmm Chéjov, Y sus personajes, sus espectros.
Por supuesto, Dapazzi, pasa y para cuanto gustes. Muchas gracias.
EliminarMe ha gustado esa ambivalencia del personaje, atraído irremediablemente por su viejo enemigo, o quizás amor... quién sabe, Ver de lejos, sin ser observado no es más que una metáfora del artista, del escritor que ve de lejos y relata.. un saludo
ResponderEliminarSugerente lo que señalas, Ico. Acaso hay algo que no se supera del todo. Saludos.
EliminarEl silencio de la duda... Este asunto hay que aclararlo.
ResponderEliminarTienes un blog hermoso. Te seguiré. Beso.
Salud
¿Tú crees que hay que aclararlo? Hay dudas que duran siempre.
EliminarGracias por parar por aquí. Salud-os.
Expectante.
ResponderEliminarUn abrazo
Cada paso de la vida es una expectación. Unas veces la percibimos y otras permanece oculta.
Eliminarjuego mortal! Cuando uno juega con fuego suele acabar con quemaduras.
ResponderEliminarEs el riesgo. Y a veces no sé sabe si es que el viento cambiando de dirección sopla en la opuesta y trae el fuego...
EliminarTu mirada se afiló al cristal del pasado…pues no solo notabas en él la imagen de juventud agobiada por los años sino que tú tampoco te reconociste…eso suele pasarnos a todos…ni nosotros ni los espejos ya no nos reconocen y quisiéramos ser esa mujer con cabellos de fuego y plena de vitalidad que éramos antes…pues la edad sicológica no ha muerto…pero la edad física nos delata. Y espiamos nuestros pasados y deseáramos que continúe…
ResponderEliminarHermoso relato que nos invita a reflexionar.
Me encantó, dama blanca.
abrazos desde Quebec.
Puede que te asista la razón, Ceciely, pero también la edad psicológica cambia, se transforma: no sé si envejece o madura, o sencillamente hay otro temple. No obstante, algo oculto nos persigue: ¿el deseo, el auto erotismo, la capacidad de seducción que se resiste a desaparecer? Y digo esto ya sea para hombres o para mujeres. La edad física ¿tiene que ser necesariamente una losa que nos sepulte?
EliminarUn abrazo que vuele hasta Québec.