(Fotografía de Vivian Maier)
“¿Creéis que estará bien muerta?”. Las niñas que se habían quedado sin amiguita hablaban quedamente. Sentadas en las escaleras de la antigua casa recordaban el ajetreo de las últimas horas. ¿Acaso hay mejor sitio que unas escaleras para las confidencias? Aquel era el lugar en que los tiempos y los quehaceres se repartían a lo largo del día. Donde las madres charlaban mientras se hacía la comida. O los hermanos mayores besaban a sus novias. Y también donde los vecinos recibían al casero. De ordinario las niñas tenían allí sus conciliábulos al atardecer, como si de una sociedad secreta se tratase. “Lo digo en serio”, insistió la que dudaba. “Deberíamos ir y comprobarlo”, dijo una más osada. “Siempre está acompañada, no va a ser sencillo”, replicó otra. “Mirad, no es difícil, aunque haya gente. Podemos hacer como si vamos a darle un beso y le ponemos la mano a la altura de la nariz o la olemos. O mejor aún, la pinchamos”, planteó la más razonadora. Habían puesto a la niña muerta en la misma habitación en que dormía. La funeraria había extendido una especie de tapiz blanco a lo largo de la pared principal, tapando los muebles. Todo era blanco. El ataúd, las flores, su vestido. “Ya sé que es la costumbre pero, chicas, qué sensación tan falsa da ese tono blanco. “, dijo una de ellas y añadió: “¿Por qué la pureza tiene que ser blanca?”. Estuvo a punto de darles a todas la risa, pero se contuvieron para no ser oídas. “Creo que al que se le ocurrió la idea fue porque echó los colores a suertes”. Nuevo esfuerzo por no romper a carcajadas. “No está bien que hagamos bromas, ya veis que la muerte existe. No era una amenaza de los mayores cuando hacíamos algo malo”, dijo la única niña del grupo que menos hablaba. “¿De qué se habrá muerto?”, pareció que coincidían todas a coro. “Mi hermano me ha dicho que hay muertes que son más misteriosas que otras”, comentó una de ellas. “A mí me parece que morirse siempre es un misterio, porque no se entiende bien que ayer respires y juegues y hoy no”, dijo la que siempre dudaba. “¿Y si se ha muerto de pureza?”, soltó la que apenas intervenía en las conversaciones. Todas se miraron y una habló por las demás: “Ah, entonces creo que nosotras estamos a salvo”.
La infancia está a salvo de la muerte, pero nosotros sabemos que no. Les va a dar un ataque de pureza. Buen relato.
ResponderEliminarSaludos
La muerte no distingue de edades ni condiciones. Pero ese vivir como si la muerte no existiera, como si no acechase, es muy característico de la infancia. Con el juego y la imaginación del niño se conjuran casi todos los males. Gracias.
EliminarMi querida amiga, un relato excelente. Posees un don.
ResponderEliminarLa vida es el don, amigo Pitt.
EliminarO sea, que la pureza, además de llevar lo suyo, mata. Pues menos mal...
ResponderEliminarExcelente, un abrazo.
La pureza puede causar estragos...que lleva luego tiempo enderezar. Quien más o quien menos sabe de ello. UN abrazo.
EliminarMuy buen relato, bien retratado el conflicto entre la pureza y la inquietud por comprender la crudeza de la vida-muerte.
ResponderEliminarUn abrazo
Parodiando a Magritte: esto no es la pureza, podría decirse de lo que suele llamarse tal. Hay ideología doctrinaria detrás de las palabras y de los conceptos, obviamente.
EliminarSerá eso, que los niños se mueren de pureza. Luego te haces mayor y ya te mueres de otras cosas. Siempre es un placer leerte.
ResponderEliminarUn abrazo.
De mayor te mueres de impurezas (en cualquier órgano del cuerpo) Gracias, Salama, invoquemos el humor reflejo frente a los humores malsanos que emite un organismo cuando las impurezas...(punto final)
EliminarHas relatado una situación muy habitual en mi generación. Lo has hecho de tal manera que he vuelto, por un momento, muchos años atrás. Era casi un video, una reproducción. Esos toques de inocencia y picardía, toques de humor, hacen que la atención se desvíe de ese momento duro y devastador, que es la muerte de una niña, hacia otro debate...la pureza. Felicidades
ResponderEliminarEs que el tema de la muerte siempre suscitó mucho "morbo" entre los niños. No sé ahora si tanto, pero en mi niñez era un tema que atraía en las conversaciones, y más si se producía la muerte y rituales de un familiar. Los niños tienen la propiedad de retomar las adversidades y sus connotaciones con un afán cuya curiosidad desborda todo. Muchas gracias por haber sentido, acaso somos de generaciones próximas.
EliminarSiempre consigues fascinarme.
ResponderEliminarBisous.
Se agradece saberlo. Buen estar.
EliminarPues sí, porque vaya miniarpías...
ResponderEliminarMe encanta la imagen de la escalera de las confidencias.
Niñas o niños, muy arpías todos, llegado el caso. Y malsanos como el que más, si se presta. La curiosidad no tiene, afortunadamente, fin.
Eliminar“A mí me parece que morirse siempre es un misterio, porque no se entiende bien que ayer respires y juegues y hoy no”
ResponderEliminarNo se entiende que ahora parpadee y un segundo después esté quieta en oscuro (?)...y aquel pájaro cante o el río vaya escaso, indiferente. Me parece que nunca se entiende, ¿que me importará una vez muerta? Entre tanto a los juegos. Besito absolutamente prendido de tus relatos.
Esta mañana vi caer en la calle a una mujer mayor. Fue una caída bastante dura, que la hizo entrar en choque, pero respiraba. Quién sabe. Ahora podríamos ponernos analíticos: era anciana, la calle incómoda, algo pasajero...y qué Lo que dices: un leve punto puede ser el último. Pero eso los niños lo llevan por caminos surrealistas. Hemos jugado tantas veces a los muertos...(queda lejano el juego, ahora nos espantaría más) Gracias Natàlia.
EliminarOsea que es verdad lo de que las niñas buenas van al cielo y las malas, a todas partes. Cómo me alegra mi gusto pematuro por los viajes...
ResponderEliminarUn abrazo
Fue un eslogan que siempre me gustó ese que recuerdas, Ana. Muy contracultural (contra cultura machista y fervientemente religiosa) Gracias.
EliminarSe me ha olvidado decirte lo que me ha gustado tu relato y, sobre todo, su final...¡mucho!
ResponderEliminarMuy amable, estimula.
EliminarBuenísimo
ResponderEliminarEsto me hace pensar que cada niño podría haber puesto un final diferente...Gracias.
EliminarAlgunos detalles son realmente buenos. Y ese final...Un abrazo, Dame..
ResponderEliminarLo dicho, que dan ganas de retomar el cuento y que cada niño haga proposiciones diferentes (dejémoslo estar de momento)
EliminarLa muerte siempre es un misterio, en los niños se multiplica.
ResponderEliminarTodos nos hemos hecho, lo largo de nuestra infancia, la misma pregunta. ¿Cómo se muere la gente? Creyendo que nosotros estamos a salvo, jejeej. La inocencia de los niños.
Me gustó mucho.
Un abrazo, Dame.
Más allá de la condición inevitable de la muerte...lo que es a veces es una puñalada trapera. No hay más que ver alrededor qué cosas suceden. De niños hemos hecho procesos y rituales relacionados con la muerte, como lo hemos hecho referentes a la guerra (no tan lejana para algunos) o el amor (mucho más lejana) La infancia es el estado feliz donde nace y cunde la narración oral. Al menos, en mi experiencia. Un abrazo.
EliminarTu relato tiene mucho que comentar, la inocencia de los niños que ven tan lejana la muerte,los tabues típicos de estas situaciones.
ResponderEliminarLa pureza mata.
Entonces todos estamos a salvo.
Me ha encantado esa frase.
Un abrazo muy grande.
En los niños puede la curiosidad, la atracción de lo desconocido, el enigmático dejarse seducir por lo misterioso. Suficiente antídoto para casi todos los demás males. A veces hasta los tabúes se transgreden, los niños saben cómo hacerlo.
EliminarSe acepta el abrazo.
La inocente crueldad de los niños... que no tienen aún la dimensión de la muerte, que quieren "pinchar" a la amiguita muerta para cerciorarse, pero que en el fondo todavía les parece un juego.
ResponderEliminarEs difícil y a la vez atractivo escribir un cuento desde el punto de vista de los niños. Personalmente lo hice muchas veces porque tengo recuerdos muy vívidos de mi infancia y de lo que sentía o me preguntaba.
Como siempre, lo tuyo impecable, parece mirado desde afuera y sin embargo vas mostrando en los breves diálogos, el incomparable mundo de los niños.
Un abrazo.
LO cual me lleva a pensar que el juego es una forma primitiva de prospectar y conocer, y que en la infancia produce satisfacciones, placeres, un estado de estímulo permanente. Si esa especie de comportamiento instintivo que se va haciendo poco a poco más racional durase a lo largo de la vida...De alguna manera seguimos la línea. Yo me imagino a un investigador con un afán de curiosidad que trae desde sus primeros días de individuo.
EliminarNo sé si es difícil relatar el mundo desde los niños, pero si nos retrotraemos a nuestra propia experiencia personal podemos rozar una interpretación. Al menos, lo intento. Por supuesto, de los niños de ahora más difícil saber cómo "piensan". Los juegos virtuales de ahora lo han alterado todo.
Un abrazo.
Un relato excelente.
ResponderEliminarMuchas gracias, Dama.
Abrazo.
Gracias a ti por pasar y leer. Saludo.
Eliminaren la infancia, los únicos que mueren son los soldaditos de plomo...
ResponderEliminarsaludos
Yo diría más bien que eran a los que se les mataba -y a los indios y a los vaqueros y a los personajes inventados- pero en mi infancia hubo varios muertos de verdad. Lo cual resultaba más inexplicable.
EliminarSaludos.
Desde la mirada de un niño, no hay finales, ni muerte, todo puede volver a empezar. Con dosis de fantasía e imaginación se puede vivir en un universo paralelo, lástima que poco a poco desaparezca.
ResponderEliminarMe gustó tu relato.
El concepto de la muerte entre los niños cuando yo era niño estaba muy aligerado, muy nebuloso, muy difuso. Las ganas de vivir desplazaban el shock momentáneo que producían las muertes reales. Gracias.
EliminarMe ha fascinado este relato. Vi mi primer muerto cuando tenía alrededor de 12 años, me lo tenían prohibido. Por eso mismo, por prohibírmelo, fui a ver cómo era. No me turbé, ni tuve miedo de mirarlo. Tenía más miedo de que me pillaran.
ResponderEliminarBueno, yo vi el primero con siete años ("da un beso al abuelito", la presión de su viuda y sus hijos sobre el nieto, pero no me afectó, en tiempos en que a los muertos se les velaba en los domicilios particulares) El segundo, con diez años, con más intensidad y morbo y ya la imaginación que volaba...Te entiendo perfectamente: "tenía más miedo de que me pillaran", positiva curiosidad.
EliminarGracias, Carmen.