(Fotografía de Ralph Gibson)
De la antigua amante conserva el tono de su voz. Ni un pañuelo, ni un puñado de cartas, ni un libro. Mucho menos la llave de un piso perdido entre los pasos del olvido. Solo guarda el eco de una tonalidad prudente y suave cuya textura no se puede expresar con palabras, pero que a veces obra como ganzúa del pasado. Detrás de aquella modulación se agazapa una oscura nostalgia que no ha superado. La nostalgia tiene siempre algo de impotencia y mucho de insatisfacción. La voz que resguarda en una estancia clausurada de sus entrañas no sabe si considerarla un tesoro grato o un arma dañina. Una tarde viaja en el metro y oye a su espalda la voz que le obsesiona. No quiere girarse, aunque no corresponda a la misma mujer que le marcó. Se perturba y a la vez se regosta en aquel sonido secuencial y estable. La mujer que viaja detrás mantiene una conversación telefónica cuyo contenido él ignora. Prefiere sacrificar la racionalidad a la emoción, abandonándose a una musicalidad que le cautiva.
En la parada del bulevar se apea la mujer. La sigue y la para a la puerta de Los dos magos, interrogándola con delicadeza: “¿Hablas siempre con ese tono?”. La mujer mira al hombre con recelo pero no se cohíbe. “No está bien escuchar conversaciones”, le responde concisa. “No te escuchaba -él se muestra persuasivo- sino que me privaba esa escala tenue y armoniosa que utilizas. Como quien se deja llevar por un perfume, unos gestos o una imagen”. La mujer piensa que tanta sinceridad imprevista no puede ser real. O que si lo es se trata de una suerte. Una de esas rarezas que conviene pulsar hasta el final. “¿Qué tiene el tono de mi voz? Es muy común”, dice ella ya sin resistencia, prendida de aquella situación azarosa.
Se han invitado mutuamente a un café, pero él apenas está pendiente de lo que dice. La deja hablar. La observa y se evade, la escucha y solo retiene la sonoridad de sus palabras. Los magos, que sedentes lo ven todo desde sus tronos colgados, echan a suertes el destino efímero de aquella pareja casual. Esa tarde no saben separarse. “Soy algo más que el tono de una voz”, dice por fin ella. El hombre se llena de sus destellos y la palpa y la abraza y la besa. Ama en ese momento un ritmo intenso en la inflexión de su voz, una cadencia que le acompaña, una armonía que no conoce otra identidad. Ella, a pesar de aquellos gestos del hombre, constata un distanciamiento. Se siente ausente de su corporeidad. “¿Me estás amando a mí o amas a una desaparecida?”, le reclama con exigencia. Pero el hombre responde algo frágil, inconsistente, huidizo. La mujer entra en su mirada y se apropia de un lamento.
Y uno de los Magos se ha puesto a escribir este maravilloso relato
ResponderEliminarGuardar el tono de una voz que ya no puede apaciguar pero que sigue vivo en las entrañas es a la vez hermoso y triste.
Me temo que los dos magos siguen impertérritos en las columnas, contemplando los gestos y escuchando las confidencias de quienes se citan a sus pies. Hay tonos de voz que inciden tanto, como hay miradas que no vuelves a encontrar, o tactos inequívocos...Acaso todo ello son identidades en las que cada uno nos reconocemos.
EliminarA veces me ha sucedido, recordar a alguien a través de la voz de un extraño, que me resulta así algo menos extraño.
ResponderEliminarCada vez que me paso por aquí, degusto un buen relato.
Gracias por los buenos momentos que me dan tus palabras.
Vaya, entonces eso de la voz debe ser una experiencia sensorial (o estancias profundas de la memoria, la emoción y el deseo) que tiene más gente. Me alegro que te gusten las cosas que la dama del perrito cuenta.
EliminarTe juro que no sé qué decir. Si mi pecho hablase...
ResponderEliminarVaya, Darío, aguanta el tirón. Al menos escucha a tu pecho.
Eliminar¡De cuántos lamentos se apropian las miradas que entran! Una voz, el hilo conductual de una historia llena de historias, magníficamente logrado. Disfruto tus letras, originales y con sello propio; envuelven y confunden, me siento personaje en el relato, en cualquiera de ellos. ¿Qué más se puede pedir?
ResponderEliminarCierto, Mafalda. Las miradas roban los tesoros de las emociones, de las presencias y de las ausencias.
EliminarEso que dices de sentirte personaje del relato va a sacarle los colores a la dame. Gracias en su nombre.
Bello...(con voz tenue y harmoniosa)
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EliminarJe vous remercie beaucoup (dans un bas, calme et doux)
Muy buenos textos, sí. La felicito.
ResponderEliminarSalud.
Gracias por pasar y leer, Manuel. Sigue si gustas.
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