...no creía en lo que veía, y siempre sospechaba que en cada persona la vida auténtica, la más interesante, transcurría bajo el manto del misterio, como bajo el manto de la noche...

Antón Chéjov, La dama del perrito

martes, 9 de octubre de 2012

mutación


(Fotografía de Jacob Aue Sobol)


Aquellos dedos afilados y largos estaban imantados. Al desplegarse sobre el cuerpo de la mujer señalaban los puntos cardinales de su universo. Unas manos sin otro cuerpo son solo unas manos novicias. Pero cuando son depositadas sobre la piel ajena adquieren otro carácter. Había una parte de misión y otra de conquista en la desenvoltura de las manos del hombre. También de tanteo de una escritura aplicada y plácida. El mero roce se convertía en una transcripción de los sentidos. Su suave reclinación hacía emerger parte del fuego que latía en el sotobosque de ambos. Al ejercer una pausada presión desgranaban palmo a palmo aquella piel que él consideraba digna de caligrafiar. A cada contorsión o movimiento simple de la mujer el escribiente del amor preveía el nacimiento de una letra. “Haré de tu cuerpo un alfabeto”, le susurraba. Y a ella, que apenas sabía deletrear, le invadía un temor obsceno que la doblegaba. “Tal como estás ahora, tu cuerpo es una ese”, le enseñaba, y añadía: “La ese es el trazo perpetuo, la recurrente y doble curva que no finaliza nunca, ni siquiera cuando termina la vida”. Al escucharle hablar con este énfasis ella reptaba y el hombre imaginaba que acariciaba sus escamas. Todas las letras están hechas de signos anteriores a sí mismas. Y en cada signo hay un mundo más antiguo que remite a otro hasta perderse en orígenes donde no podían concebirse más que gestos y balbuceos toscos. “¿Nos puede pasar a nosotros?”, preguntó la mujer como si le hubiera leído el pensamiento. Entonces, aquella intuición despojó al hombre de su rostro, y se vio a sí mismo como un ser elemental, un nonato a la racionalidad, que se expresaba únicamente por la llamada del impulso. “¿Ni siquiera existía la ternura?”, insistió la voz de aquella corriente que se desplazaba sobre sí misma. “La ternura es lo más primitivo”, sentenció la mano firme que la describía. La serpiente notó que aquel personaje primario se desdoblaba, que traicionaba la oralidad y las maneras delicadas, y que la figura cuyas manos habían dibujado sobre su piel era ahora un contorno umbroso. Cerró los ojos sin saber si huía del hombre o si recibía a un ser fantástico.


8 comentarios:

  1. Maravilloso,..que descubrimiento más grato.

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  2. UN texto críptico e ideográfico, primigenia del sentimiento humano y de la escritura misma. Resiste multipolar interpretaciones. Un placer esta lectura. Carlos

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    1. Pues sí, hay varias direcciones, abiertas para intrépidos lectores que buscan interpretaciones como tú. Un abrazo.

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  3. Me alegra verte por aquí, Vera. Un abrazo.

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