(Fotografía de Herbert List)
Esto es la vejez, no cabe duda. El dolor en las caderas. El andar cansino. Los modales abandonados. La memoria huidiza. El apartamiento de la gente. Las añoranzas que acechan. El desinterés. La ausencia de mujer. Y lo peor de todo, el espectro que se muestra al mirarme al espejo. Ver una imagen en el espejo que debe ser mi imagen, pero en la que no me reconozco. Entonces cierro los ojos. Para no verme pero también para verme. Cierro los ojos para verme como me vi atrás. Afortunadamente dispongo de un repertorio donde elegir. Por décadas, por etapas, por parecidos. ¿Tomo el rostro de hace cuarenta años? ¿El de hace cincuenta? Pongo trajes, gestos, actitudes desenfadadas, una luz rediviva en el rostro, movimientos desenvueltos del cuerpo. Los personajes que he sido se me ofrecen nuevamente. Elije, me dice una voz que es tentadora y a su vez desesperada.
No sé por qué algunos nos llaman patéticos a los viejos. ¿Por querer disfrazarnos de lo que fuimos? Estaría bueno que no tuviéramos derecho a ello. ¿No es más ridículo lo que pretenden los niños y los jóvenes? Emular a los mayores, presentarse como adultos. En definitiva, querer correr antes de tiempo. ¿No se dan cuenta de que tras su pretensión de entrar de pleno en el mundo adulto les espera un cepo? No solo el cepo del tiempo veloz que ya no detiene su efecto jamás; sino que también se abre y se abre desmesuradamente para engullirlos conforme a sus caprichos. Envejecer. Eso es lo que hacen los que vienen detrás, aunque no lo sepan. Lo nuestro es la renuncia. A correr, a aspirar, a llegar a ninguna parte. El modelo de los ancianos no es mirar adelante, sino negar los espejos. Por eso se hace necesario para la supervivencia preservar cuantos iconos de nosotros mismos hemos dejado atrás. He hecho poner luz indirecta sobre el espejo. Un reflejo que ignore unos párpados hinchados, los ojos recluidos, la frente ajada, unas carnes caídas, el pelo albo, la pérdida de la sonrisa. Esto debería ser la vejez, me digo sin admitirlo del todo. Pero no quiero que lo sea. Mientras, me hago un nudo de corbata moderno y me peino simulando una caída del cabello descuidada. Elevo el tórax y zarandeo mis hombros. Mi traje no es nuevo pero voy limpio y la ducha ha apartado el olor que dicen que es tan característico de un viejo. No creo que a ellas les importe que les lleve tantos años. Por supuesto, voy a ocultar cómo me veo ante el espejo. Que se queden con la imagen que hoy he rescatado de mis buenos años.
No sé por qué algunos nos llaman patéticos a los viejos. ¿Por querer disfrazarnos de lo que fuimos? Estaría bueno que no tuviéramos derecho a ello. ¿No es más ridículo lo que pretenden los niños y los jóvenes? Emular a los mayores, presentarse como adultos. En definitiva, querer correr antes de tiempo. ¿No se dan cuenta de que tras su pretensión de entrar de pleno en el mundo adulto les espera un cepo? No solo el cepo del tiempo veloz que ya no detiene su efecto jamás; sino que también se abre y se abre desmesuradamente para engullirlos conforme a sus caprichos. Envejecer. Eso es lo que hacen los que vienen detrás, aunque no lo sepan. Lo nuestro es la renuncia. A correr, a aspirar, a llegar a ninguna parte. El modelo de los ancianos no es mirar adelante, sino negar los espejos. Por eso se hace necesario para la supervivencia preservar cuantos iconos de nosotros mismos hemos dejado atrás. He hecho poner luz indirecta sobre el espejo. Un reflejo que ignore unos párpados hinchados, los ojos recluidos, la frente ajada, unas carnes caídas, el pelo albo, la pérdida de la sonrisa. Esto debería ser la vejez, me digo sin admitirlo del todo. Pero no quiero que lo sea. Mientras, me hago un nudo de corbata moderno y me peino simulando una caída del cabello descuidada. Elevo el tórax y zarandeo mis hombros. Mi traje no es nuevo pero voy limpio y la ducha ha apartado el olor que dicen que es tan característico de un viejo. No creo que a ellas les importe que les lleve tantos años. Por supuesto, voy a ocultar cómo me veo ante el espejo. Que se queden con la imagen que hoy he rescatado de mis buenos años.
verse a uno mismo...rescatarse
ResponderEliminaralguien me dijo una vez acerca de los viejos...ten clara una cosa, todo depende del dinero, si lo tienes te convertirás en un anciano con incontinencia urinaria, si no tienes serás un viejo que se mea en los pantalones
Por ejemplo, Ícaro. Las palabras desfiguran o matizan los conceptos y las realidades en función de la capacidad adquisitiva. Gracias,
Eliminarla sonrisa va más allá de la edad- refleja el estado de paz interior y la felicidad de una persona. Pueden ser chicos o ancianos los que no saben reir.
ResponderEliminarNaturalmente, Garriga. Mas hay muchos pero que muchos ancianos que la han perdido o ya no es un estado habitual. Y sí, a veces parece que algunos jóvenes tampoco la cultivan. Difícil sonrisa en los tiempos de la vida.
EliminarTenemos una visión sobre los viejos, olvidándonos que ya llegaremos y otro más joven nos mirará de la misma forma.
ResponderEliminarQuiero ese espejo para colgarlo en la sala.
Besos
:)
En el almacén de tu mente seguro que encuentras alguno. Sirve. Cada individuo lo debe tener a su medida.
EliminarHay espejos para mirarse mas allá del paso del tiempo.
ResponderEliminarNo importa como nos ven sino lo que vemos.
Tal vez no sea mal síntoma querer agradar a los demás siempre que eso no nos lleve a querer invertir un proceso vital, contranatura.
Es curioso que la idea que tiene el personal de los espejos es que reproduce su imagen automática. No sé. Veo que muchos huyen de los espejos. ¿O es lo cambiante del individuo lo que no gusta ver reflejado?
EliminarUna cosa es huir y otra estar pegado a ellos buscando respuestas.
EliminarEl personal es de lo mas variado, si, eso es lo interesante, en los cambios está también el movimiento y puede que no sea para huir de los espejos sino para darle vida, para que ocurran historias dentro del espejo y poder adivinar si gusta o no lo reflejado.
Probablemente. Incluso cada uno reaccionamos de modo contrapuesto, según días, humores, estados, ciclos y compromisos varios. Es un buen recurso, no obstante, para hacerse burla a uno mismo. Sirve como exorcismo.
EliminarSer viejo no es una imagen del espejo: es una actitud de vida y una forma de pensar. El brillo en los ojos desmiente las patas de gallo y el "por qué" de los labios infantiles planta cara al "para qué" del pensamiento adulto, que lo da todo por sentado. Eso es la vejez: el fin de la curiosidad y la emoción por el descubrimiento; no una imagen que sólo vemos al peinarnos por la mañana y ver si la ropa conjunta.
ResponderEliminarEstoy de acuerdo contigo. La actitud de vida y por lo tanto de pensamiento definen también la vejez, de un modo muy específico. Y diferenciado. Me gusta esa idea "labial". Entre el "por qué" y el "para qué" deslizamos la existencia. Pero el "para qué" hay que demorarlo, siempre hay oportunidad de sorprendernos (cada cual sabe) Otra cosa es el latigazo de las dolencias físicas, que condicionan tanto...
EliminarEstimada, has narrado con belleza y precisión una de las formas de encarar la vejez, la de la añoranza de los "tiempos mozos", la de la valoración de lo que falta, de lo que ya no tenemos y que alguna vez tuvimos. Existe, como en todo lo demás, otra forma de verlo, desde la experiencia, desde la aceptación del paso del tiempo, desde la reflexión, desde la alegría de ver la evolución de los hijos. Pero también, como en todo lo demás, los humanos tenemos la tendencia de sentir la vejez de la forma en que tan claramente has sabido describir. Y más allá del valor de la concepción filosófica, el sufrimiento o el gozo pasa por lo que se siente y no por lo que se piensa.
ResponderEliminarUn beso grande
Claro que hay variadas formas de verlo. Motivo para enfocar el tema en otro momento desde otro ángulo, si lo sé hacer. Lo que se siente...me haces pensar. Le doy siempre tanto valor a lo que se siente que, con frecuencia, deriva a una interpretación. Alianza del pensamiento y de los sentidos. Estos y las emociones son tan inteligentes...
EliminarLos viejos, la vida sin turbo, son el testimonio de lo que seremos sin muchos cambios fundamentales. A excepción del cuerpo, creo, seguiremos de viejos con las mismas manías. Pues la memoria sea una pelota de plástico escurridiza a esa edad.
ResponderEliminarY sin embargo, deberíamos introducir la vida sin turbo y con ritmo más calmo desde los primeros años. Desgraciadamente el anhelo de vivir está sometido a las leyes del sistema, del mercado: se enseña antes competitividad que a regir nuestro ser. Lo de las manías...es otra historia. Quién sabe si no es nuestro cordón umbilical con el pasado. Si nos indagamos cada uno al respecto dentro de nosotros nos sorprenderemos. ¿Y si la pelota en la vejez fuera menos escurridiza y sí muy onerosa?
EliminarEs a nosotros a los que nos queda envejecer
ResponderEliminarInevitablemente, ¿no? Ahora bien, me pregunto: ¿habrá una forma de elección o un margen o un estilo o una actitud que nos haga valer? Cada vez hay más viejos en una sociedad como la española y olé.
EliminarNo hay mejor espejo que el propio cuerpo, creo...no miente, no deforma...
ResponderEliminarSi se lo mira con sinceridad, naturalmente.
EliminarEl sastre tiempo se cuida de marcarnos el traje.
ResponderEliminarLlevarlo con dignidad es lo que queda
Rescatar la imagen que tu percibes es sin duda la mejor forma
de desnudarte.
Me encantó
Besos
Ay del sastre del tiempo, y nosotros sus clientes. Gracias, Leni.
EliminarCuando envejecemos, la belleza se convierte en cualidad interior.
ResponderEliminarParticularmente pienso que en algunos individuos ni siquiera está claro. Hay fealdades interiores que algunos no se las quitan. ¿Las habrán arrastrado toda su vida?
EliminarTienes mucha razón, de hecho, la respuesta está en la entrada de hoy de mi blog, entre otras muchas manifestaciones y casos de otras personas. De hecho hay gente "fea" desde que son jovencitos y ya me entiendes lo de "fea".
ResponderEliminarGracias por visitarnos.
Por supuesto que te entiendo y creo que comparto tu concepto. No ser generoso, ni cooperador, ni cívico, ni respetuoso con lo colectivo, ni compasivo, ni ni ni...por ejemplo son modalidades de fealdad. Pienso, eh, igual me equivoco.
EliminarCómo te ves ante el espejo, ya lo has contado, aún sin contarlo.
ResponderEliminarYo tengo una viejecita en mi vida, que no puede hacerlo, pues nada ve, ni oye, ni siente...Eso es lo que parece. Si nuestra mente permanece despierta, somos nuestro presente y lo que fuimos, que nos condujo hasta el ahora...Y el que no llega cría malvas. Que suerte, llegar a viejo!
Eso es lo que parece...mas la capacidad del cerebro es profunda y compleja. Alguna región en él puede que la mantenga. He conocido de cerca algún caso así. La vida es un don (además de un accidente) y llegar un viejo es multiplicar el don (pero depende de en qué estado, ¿no?)
EliminarGracias por comentar, Pilar.
Ay, si se pudiera ponerle condiciones al tiempo. ^0^
EliminarPero puesto que no se puede, ¿por qué no buscar un pacto con él?
EliminarEnvelhecer é inevitável, e todos os que não morrem antes chegarão lá. Importante envelhecer dignamente e orgulhar-se da trajetória percorrida e do conhecimento adquirido. Não deixamos de ser quem fomos, somos o somatório de tudo o que vivemos. Um sorriso no rosto ilumina tanto na juventude quanto na velhice. Um grande abraço
ResponderEliminarComparto contigo tu criterio. Es importante vivir toda la existencia con dignidad. Así hay más posibilidades de que la ancianidad también sea digna. Pero...el cuerpo se deteriora. ¿Es posible mantener esa dignidad con una enfermedad o un deterioro paulatino de las funciones del cuerpo? Depende tantas cosas...Y sin embargo, hay hombres mayores que saben manifestar su belleza interior. Su capacidad de sobrellevarlo, de hacer llevadera la vida de quienes le rodean. También hay personas que mueren en soledad. Pero el ser preserva sus cualidades. Confiemos en la sonrisa interior.
EliminarUn abrazo. Gracias.
excelente texto, por su narrativa y sobre todo por el contenido. Qué hallazgo descubrirte!
ResponderEliminarGracias a ti por pasar y parar a leer. Vuelve cuando gustes.
EliminarLa vejez, esa oxidación, esa forma emotiva y extraña de licuarse en el olvido...hubo un tiempo (y aún existen lugares todavía) donde la vejez era una eucaristía muy tenida en cuenta. Se respetaba al anciano, basicamente, no por anciano si no por ser un símbolo del futuro que le aguarda a quien lo observa. El que haya olvidado este axioma no se merece recuperar la alegría de lo vivido.
ResponderEliminarDe todos modos, dame, seré sincero, ojalá la vejez no me alcance todavía.
Me gustaría leerte cuando escribas del cosmos. No sé por qué. Seré paciente como lo son algunos ancianos, muertos o vivos.
Besos.
La vejez alcanza unas veces queriendo y otras sin querer, sospecho. Hay recursos y resignaciones. Hay aceptación y rechazo. La vejez ¿tiene un rostro o varios? El cosmos está aquí.
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