Un hombre de edad avanzada se desplaza a pie, dubitativo y lento. Tira de un soporte rodante que porta una maleta de muestrario. Si se mira el bagaje se ve a un viajante de comercio. Si se observa al hombre se reconoce en él a un individuo abatido. Si se contempla el conjunto destella el claroscuro de una altiva apariencia. Anda y desanda a pasos cortos. Se detiene y acaricia su equipaje. Cambia de dirección varias veces. Al fin opta por venir hacia mí, que hojeo la prensa sentado en una terraza, y me habla: “¿Puede indicarme el Hotel Carlton?”. En mi ciudad no existe tal hotel. Dudo si sacarlo del error o decirle con sencilla complicidad que no sé, que no soy de aquí. De pronto se abstrae, hace un aspaviento e indica el extremo de la plaza. “Ah, ya lo veo. Está ahí. Disculpe”, me dice. Miro yo también al extremo de su dedo. Solo veo el telón de fondo de los árboles exuberantes del parque. Mientras se aleja contemplo su andar lento y pesado, su espalda encorvada, su vestir formal pero desaliñado. Y la maleta. Una maleta de agente de ventas pulcra y consistente que zarandea según agiliza sus andares. Me pregunto qué trasladará dentro de ella que no lleve en su mente.
Sí, nuestro más preciado y aborrecido bagaje se almacena en nuestra mente y, a menudo, nuestros inalcanzables destinos también.
ResponderEliminarUn abrazo.
Descansa en hoteles que no existen, y recorre senderos que los otros no pueden ver. Sólo él tiene las llaves de su propio reino. Muy buen relato. Besos
ResponderEliminarCómolo sabes, Salamandrágora. Con todo el riesgo que implica, aunque también con todo el sentido de la supervivencia.
ResponderEliminarVera, así es, y mantienen oficios perdidos y hablan de relaciones inexistentes y anhelan ser reconocidos y no dejan de deambular porque no tienen donde ser admitidos...en fin.
ResponderEliminarUn viajante de delirios...tal vez como todos.
ResponderEliminarMuchas gracias por tu visita y quedarte en mi casa.
ResponderEliminarYo también me quedo en la tuya.
Un beso y buen día
Parecería haber salido de entre los rincones de ninguna parte, de otro pasado...
ResponderEliminar=)
Francesca, el mundo humano es tan delirante que uno no acaba de saber mirar. A veces hay que dar paso a la compasión y a una palabra puente.
ResponderEliminarGracias a ti, Maribel.
ResponderEliminarY cada vez las calles se pueblan más de este tipo de gente cuyo origen y destino se confunden a pie de asfalto, Neogéminis.
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