En el tiempo de las persecuciones las bibliotecas fueron extinguidas. Los esbirros de las autoridades rastrearon cada rincón habitado de la ciudad hasta localizar la biblioteca más insignificante. Daba igual que se tratase de una pila de libros modesta o de una habitación repleta de ellos hasta el techo. Los represores no aceptaban explicación alguna. Ni que se justificase la posesión de libros por el hecho de haber sido heredados, ni por haberse utilizado para estudio, ni por estar comprados legalmente cuando el viejo modelo de mercado libre existía y no se había impuesto todavía el nuevo monopolio de los oligarcas. Los policías del libro se presentaron una madrugada en casa de Hans Gaspar Fabius, de quien los delatores habían informado que contaba por las tabernas demasiadas historias como para resultar creíble que las hubiera vivido todas. En presencia de los vecinos, a los que despertaron bruscamente con objeto de ser también advertidos, requisaron cuantos volúmenes hallaron. "¿Esto es todo?", le inquirieron con severidad. "Esto es todo", respondió firme Hans. "Ya sabe que si la próxima vez que vengamos le encontramos un solo libro será usted intervenido también", le dijeron con cierto eufemismo. "Me hago cargo", contestó él en un ejercicio de austera concisión. Cuando la patrulla hubo partido y los vecinos volvieron a recogerse en sus casas, Hans Gaspar Fabius abrió de par en par la ventana de su cuarto. Iba clareando. Se sentó sobre sus piernas pendiente del lento despertar del sol. Luego extendió sus manos como si sujetara un libro. Mirando atentamente la desnudez de sus palmas empezó a leer en voz alta. Pero esta vez nadie le oyó.
¡Qué hermoso relato!¡Qué bello homenaje a la lectura y a los libros! Es cierto que a los represores de cualquier tiempo no les gusta que la gente lea, quizá llegue el día en que las bibliotecas desaparezcan.
ResponderEliminarUn saludo.
Que terrible, que em prenguessin els llibres que tinc a casa.
ResponderEliminarLlibres invisibles, llibres muts.
Es muy doloroso, la verdad es que con ese final conseguiste hacerme temblar. Y quizá, porque puedo asimilarla a mi tiempo. Un tiempo de democracia donde al "alcalde" de la ciudad, de la gran ciudad, se le ocurre que hay libros que en las escuelas no pueden leerse, o poner un teléfono "gratuito", para que los padres denuncien actiuvidades "políticas" en las escuelas.
ResponderEliminarEste no es el tiempo de Fabius, pero es evidente, que hay bastante gente dispuesta a recuperar ese tiempo, o al menos, eso se percibe en ciertas actitudes atroces o nostálgicas.
Hermoso. Un abrazo.
Tu texto me parece muy bueno para el siguiente concurso:
ResponderEliminarhttp://www.museodelapalabra.com/es/concurso-de-microrrelatos/3-edicion/formulario-de-participacion
Claro que el número de palabras es superior, pero ilustra perfectamente el tema...Me encantó. Besos
Homenaje silencioso para tiempos silenciosos. El ruido es otra cosa. Quién nos dice que no habrá que volver a memorizar. Gracias Salamandrágora.
ResponderEliminarHelena, desde luego. Son ideas que espantan; también lo he pensado para mí.
ResponderEliminarCon franqueza, Darío, la actitud de ese alcalde es claramente inquisitorial. No deberíais permitirlo. Se empieza así y se puede acabar en los tiempos de H.G.F. Gracias.
ResponderEliminarVera, se agradece la información y tu estímulo, no me lo había planteado (soy muy raro al respecto) Pero tomo nota.
ResponderEliminarTu relato me recordó a Fahrenheit 451 de Bradbury... Me gustó mucho, el final también está genial...
ResponderEliminarSaludos
Vaya, no lo hubiera pensado, Eva. Saludos.
ResponderEliminarMe ha conmovido el relato, me hace mirar mis libros con más ternura, si cabe.
ResponderEliminarEl final es impactante: el protagonista decidido a "leer" es una imagen que no se olvida.
Saludos.
Y acaso con más exigencia. Imagínate que sucediera, María S. El protagonista decidido a leer mal que les pese a los perseguidores. O cómo los perseguidores no podrán evitar que lea lo que lleva dentro. Saludos.
ResponderEliminarme gusta tu manera de escribir,tu referencia a ese cuento y sobre todo que te llames blanche.
ResponderEliminarEspero que sea por lo de un tranvía llamado deseo.
Fenomenal texto...
Un saludo.
Se agradece el estímulo, Atodas. Puedes pasar cuando te plazca.
ResponderEliminarLo del nombre podría ser por esa película, sí. Saludo.
Es un texto excelente para concienciar del posible apocalipsis cultural que amenaza nuestro mundo en estos tiempos.
ResponderEliminarCada vez hay mas control sobre las libertades y los actos que cometemos todos nosotros. Sean leer un libro o pronunciar las palabras que no quieren ser oídas.
Lo que queda al final del todo, es la voluntad de seguir adelante. Lo permitan o no, se pueden ver cosas donde otros no las ven.
Cada vez más control bajo múltiples formas e interviniendo diferentes agentes que convergen en la misión. Cuando la prensa o la tv se autocensura o autocontrola para recibir subvenciones o publicidad a cambio de las autoridades e instituciones, ¿qué cabe esperar? El cuarto poder pasó a mejor vida hace tiempo. Y es un mero pero ruidoso ejemplo. Y una dolorosa carencia.
Eliminar¿La voluntad? Si no nos quedara la voluntad y un sentimiento personal hondo sobre eso llamado Libertad...Pero habría que hablar tanto del poder y de los límites de la voluntad...