(Fotografía de Martin Stranka)
Estás desnudo, sobre una mesa de mármol. La habitación no está aireada y la luz es tenue. Los azulejos de las paredes forman un damero deslucido. Hay unas ventanas altas y estrechas, rematadas por un arco ligeramente curvado. Las contraventanas están entornadas. Por un cristal roto entra una ligera brisa que roza tu costado. No sientes frío. El pesado olor a formol no te afecta al olfato. Tu mirada no se dirige hacia el exterior sino a tu memoria detenida. Un goteo continuo del grifo que hay al fondo no te pone nervioso. Fuera hay un manzano, pero no te apetece su fruto, que tanto saboreaste. Las otras mesas de mármol están vacías. La sábana que te cubre tiene rotos y expide un perfume ácido y hondo, que no te llega. Estás muy cómodo. Un poco perplejo, porque por mucho que hubieras imaginado la experiencia no la esperabas así. No percibes nada. Te está gustando esta permanencia en el no retorno. Nada te inquieta, nada te atrae, nada te enajena. Lo que queda de ti, tu nombre, no tiene interés en esta dimensión del no ser. Heme aquí, te dices, como antes de nacer. No hay propuesta alguna, como no la había antes de la cópula de tus padres. Cuando los legalistas acaben de efectuar los trámites sobre la materia inerte que queda de ti comenzarán los rituales formales y, enseguida, el olvido. Siempre te horrorizó la estética del espectáculo que vendrá a continuación, pero que tú no vivirás. Y lo que es peor, que no podrás criticar. Pero tú ya no tienes curiosidad alguna por este tipo de situaciones. Cuánto has bromeado sobre ellas, tratando de ahuyentar las imágenes temerosas. Obrabas bien. No esperabas que este paso te dejara tan a gusto. No creías que la nada fuera algo tan envolvente y tan suave. ¿De qué sirvió que te atormentaras fingiendo la brusquedad del cambio? Estás bien, muy bien. Y tus manos caen a lo largo de tus muslos relajados, en la misma posición que cuando dormías. Te sorprenderías tanto si supieras que ya no tienen el calor que siempre las caracterizó. Ahora no sabes dónde empieza esa extensa piedra sobre la que yaces y dónde termina tu piel.
Hola Dame Blanche!
ResponderEliminarQué bella forma de describir la muerte... ¿Tendremos esa consciencia en ese momento póstumo?...
Beso grande!!
RoB
Rob, conciencia tendremos, más o menos mermada. Nadie puede privarnos de la última luz, aunque desde fuera no lo parezca.
EliminarE X C E L E N T E !!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!
ResponderEliminarEres muy amable, y es un placer para mí si te gusta.
EliminarLa bilocación del narador resulta para mí dudosa pero el texto es tonificante.
ResponderEliminar¿Dudosa la bilocación? Acaso no tanto. Gracias, Mª Luisa.
EliminarImpresionante esa vuelta al origen, al punto de partida
ResponderEliminarBuenísimo
Al punto de la nada, obviamente. Sin dramatismos.
EliminarLa memoria detenida...Un encanto, un abrazo.
ResponderEliminarPero activa, hasta el final. Luego, desaparecida esa memoria (los vivos trasladan sus propias memorias)
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